lunes, 12 de septiembre de 2011

El hombre que fue olvido antes de hacerse conocer (primera parte)


Esteban come por primera vez el bocado de torta de zanahoria, que tiene en su plato, y se muere de amor. El sabor es peculiar. Es fuerte y salado, por parte de la zanahoria, y suave y dulzón, por parte de la crema. Una delicia para el paladar. Le hace pensar que dicha verdura, fue lo mejor que pudo haber hecho un Dios, en cuanto a cosas comestibles para la subsistencia del cuerpo.
-Está buenísimo. – Dice.
-Lo sé. – Le contesta Nestor, amigo de él, quien come un bocado grande.- Las tortas de zanahorias hacen que las tartas de manzanas sean comida de preso.
-¡Eso!
Comen y toman té, en una cafetería ubicada en una esquina, cerca de una avenida no tan importante, pero en donde pasan bastantes medios de transporte. Las calles están más que limpias y el Sol ilumina majestuoso opacado por las nubes. Tanta belleza estética bien cuidada, sorprende a Esteban. Deja de pensar en la masa esponjosa de la torta y de observar la carrera de caballos, para admirar la perfección de la intersección de las calles, de la gente homogénea, de los colores y matices finamente mezclados.
-Claramente, esto no parece mi barrio. –Dice susurrando, para sus adentros. - Esto no parece ser parte de mi país. Esto ni siquiera podría decir que es parte del mundo. ¡Hasta la gente dudaría que esto fuese real!
Eso último sí se escuchó. Nestor lo mira, con la cuchara en la boca.
-Si, o sea, es una muy rica torta, pero tampoco para tanto. No es la cura contra el cáncer. Es un buen postre, nomás.
Nestor hace ademanes a la mesera, que está a tres mesas de distancia, para que traiga una porción más para él. Le pregunta a Esteban si quiere otro, pero niega con la cabeza. Dice querer mejor un jugo de naranja exprimido. Nestor, chistando en el aire, con aire sobrador, le pide a la mesera, quien ahora está en su mesa, el agregado del jugo de fruta.  Oyen un gran estruendo hecho por los comensales.
-¿Qué es lo que pasa, Nestor?
-Al parecer, Maria Rita ganó la carrera. –Dice al ver el televisor de tamaño grande y de contextura plana.- El caballo favorito del lugar.
Esteba no entiende.
-¿Cómo este lugar, ubicado en un barrio tan perfectamente extraño como este, pueda tener un caballo predilecto? Lo esperaría si fuera un caballo de polo, pero no de carrera.
Un hombre a dos mesas adyacentes a ellos, se levanta estrepitosamente, casi al borde del llanto. Tira unos billetes que saca de su billetera y los deposita en la mesa. Acomoda mejor su sombrero marrón y pasa al lado de ellos.
-No siempre se puede ganar, che. –Le dice Nestor, con su apariencia de sabiduría arrabalera.
Esteban se siente como si fuera la paradoja intermedia entre el sueño y la realidad. Curiosamente, ser ese tipo de paradoja produce la misma sensación sentimental que la de un corazón roto por alguien no correspondido por el Destino. Muy curiosamente. A su suerte, el último trozo de la torta de zanahorias le hace despejar un poco esas ideas y gozar del placer de la azúcar, el almidón y las verduras en partes sensualmente culinarias e iguales. Su nariz huele a cítricos y al levantar la mirada, tiene a la mesera con sus pedidos. Ella, que mastica chicle descaradamente, parece la única que no cae bajo los hechizos de la obnubilación iluminadora y perfecta, que cae por sobre todas las cosas. Hasta Nestor, con su estilo grotesco y más propio de la filosofía del escarbadiente entre los dientes y el vaso de vino con una soda pequeña, parece formar parte del ambiente. Su sentido opuesto, ayuda a resaltar la belleza áurea del lugar.
-De seguro que los ladrones aquí son de cuento y que si los gatos de las personas, salen de noche a cazar, comerían ratones sin destriparlos antes.  

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