lunes, 20 de abril de 2009

Sin el adentro, es exactamente lo mismo

Voltea y observa las hileras. Una, dos, tres, cuatro. Cuatro ataudes armónicamente ordenados. Pasa repetidas veces la palma de la mano sobre el caoba brillante del tercero de ellos. Lo abre, depositando la cubierta en el suelo, que curiosamente brilla con la misma intensidad.
Se acerca de nuevo al cajón y ve a una hermosa y fría chica. Su cabello largo y ondulado descansan en paz a lo largo de su cuerpo hasta la cintura. La blancura de la piel carente de circulación sanguínea, se mezclaba con su vestido largo y sencillo, dando la imagen de estar cubierta de sí misma. Como si rezace, sus manos se juntaban y mantienen prisionera a una rosa marchita.
Puso su saco sobre el ataúd dos. Lo hizo con sigiloso cuidado, poniéndolo y doblándole con el cuidado de un capaz tintorero que ama su profesión. Se arremanga de la misma manera, se descalza cautelosamente y contiene la respiración.
Manteniendo el aire en los pulmones, le acaricia la mejilla derecha. Era muy bonita. No era su estilo, pero le gustaba de todas maneras. La acaricia nuevamente, deseando tener la fuerza suficiente como para controlarse a si mismo y no manosearla de forma ruda sus caderas, abdomen y pechos.
Se controla, lanzando un suspiro apagado a modo de queja con el universo. Frota su dedo índice sobre los finos labios de la difunta. Sus ganas de tocarla eran demasiado para él. Le parece embarazoso, pero a lo largo de todo un año, solo había acariciado bruscamente su propio cuerpo. Sabe que debe tratarla bien.
Como si la idea viniese de la espontaneidad misma, toma su saco y lo acomoda en el piso cual mantel de picnic. Toma a la joven muerta entre sus brazos y la acuesta sobre su prenda desplegada. Nota que algo le falta y era justamente la rosa marchita que permaneció perezosa en los suaves colchones internos del cofre vacío. El tesoro estaba ahora desparramado. Lo toma e intenta colocarlo de nuevo en su posición original, junto al rezo hacía ningún Dios. Lo intenta, mas no lo puede lograr. El cuerpo carecía del suficiente rigor mortis necesario para esa acción.
Piensa lo triste que se debería sentir alguien si su compañero de viaje se desprende del mismo y se aleja flotando por el mar del sencillo olvido. Ya nada volverá a ser lo mismo para ella, de igual manera que lo sentido por él al perder su primer beso. No dejó de llorar sobre su cama, cada noche por un mes y días. Abrazaba a su panda de felpa como la abraza a ella ahora, llegando a la conclusión sobre lo verosímil de su plan no premeditado. Lentamente se fue quedando dormido, oliendo la fragancia almizcle entre el largo cabello inacabable y castaño de la finada, y su fuerte perfume puesto por algún encargado del funeral. Nunca es tarde para saber como morir a imagen y semejanza de sus deseos.
Sonríe al saber que había sido él y al tomar una enérgica carga de aire por la nariz, suelta unas suaves e inentendibles palabras desde sus cuerdas vocales. Conozco muy bien lo que largó de su boca. Hace que mi corazón lata de alegría al recordar el instante en que lo dijo. Una y otra vez el eco emana la fragancia de ese exquisito musitar: Marchandot.

1 comentario:

Szz dijo...

dios..me ancanto.