domingo, 16 de enero de 2011

¿Quién mató a Sonrisas? Parte 1

Parte 1:
De qué hablo cuando digo «Y Silvio también»


Soy un chico simple, con una historia de vida bastante compleja. No muy compleja, en realidad. No soy la tesis del átomo. A veces puedo parecer la gran cosa a causa de mis ideas, pero no, soy uno de millones. Nací en un barrio de clase media baja y fui criado como se pudo. Mi educación, pasada por el filtro de la fantasía infantil, la obtuve principalmente de la calle, de la televisión por cable, de la enseñanza de valores de una modesta escuela pública primaria y de libros de cuentos con olor a humedad, que sacaba de la biblioteca de la misma. En ese espacio, en la biblioteca, fue formándose la curiosidad hacía el mundo que tantas alegrías, problemas, tristezas me trajo y me suele traer. La curiosidad puede matar gatos y transformar tu sexualidad en una puerta accesible a la experimentación, mas puedo decir, y me consta, que salva almas del tormento de la mediocridad destinada. Lo hizo con la mía, a pesar de todo, en especial de mis quejas y de mi recurrente anhedonia.
Como propia característica de la curiosidad latente, puedo decir que te brinda las posibilidades de encontrar ciertos errores, ciertas falencias en la mirada cotidiana, ciertas salvedades en las normas de las personas. Te muestra, si estás predispuesto, a ver lo oculto por sí mismo. Aquellas cosas que están y son mágicas a su modo, y que nadie nota porque no pueden ver el bosque por los árboles de la sociedad urbana materialista. No pueden ver lo maravilloso (de ahí surge lo mágico) porque se sorprenden por singularidades fabricadas, que solo buscan que acortes tu rango de visión y sacar provecho concreto de un desviado y empobrecido asombro moldeado. En esta curiosidad artificial y maniqueísta, también se ocultan otros tipos de fuerzas iconoclastas, igualmente alimentada por mieles depravadas. Sin embargo, dichas fuerzas carecen de belleza y la oscuridad propia del descubrimiento de una propia verdad, es cambiado por gente oscura en sus medios para fines de lúgubres actos. De ahí nace la maldad. De ahí nace el enemigo.

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