sábado, 16 de julio de 2011

Prestar cosas

Estaban sentados, cerca del fuego de la chimenea. Las chispas sonaban y retumbaban cerca de sus brazos. La luz propia del cuarto se encontraba notoriamente desaparecida.
-Entonces, no entiendo. –Dijo él, corriéndose el flequillo del rostro. – Si vos no lo usás, ¿Por qué no puedo usarlo yo?
-Porque no. No sos la persona indicada para  usarlo, ¡Digo! Para tenerlo. ¡Por Dios, las cosas que me solés hacer decir!  –Se enojó Silvia, la joven de mellizas coloradas, con nombre de señora grande.
-Decidiste no tener novio ni nada parecido.
-Ajám. –Contestó, parpadeando tiernamente.
-Y no vas a usarlo hasta que encuentres el tiempo correcto para tener un novio o algo parecido.
-Si, puede ser… Aunque no te logro entender del todo.
El chico se sentó más cómodamente en el suelo. Miró el fuego, para verla nuevamente a ella, pero en esta ocasión, su mirada era la de un comerciante judío.
-Lo que te digo, tiene que ver con los negocios. Y es así: Yo trabajo y tengo dinero. A veces más de lo que necesito. Puedo pagar mis cosas. Vos no trabajás, pero al igual que yo, tenés cosas que pagar. ¿Podés pagarlas?
-No.
La pena de Silvia se desparramó por la alfombra oscura.
-¿Y qué es lo que hacés al respecto?
-Le pido a mis padres o ahorro lo que me dan para el colegio…
Su pena ya alcanzaba otras vertientes del espíritu del ambiente.
-Pues bien, no quiero alquilar ni comprar nada, solo quiero que me prestes algo.
-No puedo. ¡No es que no puedo! Sino, todo lo contrario. No quiero, ni tampoco debo.
El joven se abalanzó hacía ella y en un errado impulso, cayó al suelo, tirándola también. Ella lo empujó para un costado, casi logrando tirar el refuerzo de metal de la chimenea. El chico se quemó, agarrándose el pie con fuerza y mucho dolor. Ella podía oler u imaginar, el olor a carne humana chamuscada. Se alejó unos centímetros de él, mientras pensaba lo agradable de la idea anterior.
-¡Merezco respeto y un trato más civilizado!
Esas palabras hicieron que el pelilargo olvidara de dolor.
-¡No es así! ¡Es un trato justo! Yo quiero algo y vos también querés algo. Es más, no sólo lo querés, sino que lo necesitás. –Sonrió malévolamente. –Lo necesitás, Silvia. Como todos.
-No es verdad.
De repente, y como quien no quiere la cosa, el joven pelilargo, respiró hondo y volvió a la normalidad. Su mirada es de adolescente de vuelta, sin sombras ulteriores y su flequillo tapó sus ojos oscuros.
-Quiero que me prestes tu cuerpo para hacerle cosas.
-Cosas deplorables vas a hacer.
-Si, pero no las peores. –Acercó su rostro para que ella pudiera ver su amplia e inocente sonrisa- Y solo algunas.

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