viernes, 1 de junio de 2012

Los estragos de ser uno mismo

Hoy no quería levantarme. Quería dormir hasta lo más tarde que pudiera. No había nada en el mundo exterior que me llamara la atención. Lamentablemente, en el mundo de mis sueños, tampoco había algo que me interesase lo suficiente. Hay veces que si, y en esos momentos, tengo unos hermosos y fascinantes viajes oníricos. Pero esta vez no fue de tal modo. Mis sueños no eran los que yo quería. Mostraban fragmentos exagerados de lo que fue ayer por la noche en mi vida. Todavía no puedo comprender porque me siento así. Como si hubiera hecho algo malo, sin saberlo. Cuando dejo que las cosas se muevan por sí solas, no puedo tolerarlo.


Estaba entregado a ella, de una forma única. Yo se que está con varios y que se coge a unos cuantos, y que uno de ellos soy yo. Nunca me importó, la verdad, ese hecho. Hasta esa noche, en la cual, mi cabeza mareada, pero asertiva le dijo a mi cuerpo que se entregue a ella y lo haga de una manera única.

Ella me arrastró a un sitio seguro y oscuro y nos quedamos ahí, de pie, haciendo lo mejor que sabemos hacer. Mis incesantes demonios que azotan a diario mi cabeza, se calmaron por un instante, al ver como agarraba yo su rostro y le susurraba en el oído, siendo este mi último acto de sincera valentía. Y le dije: “A diferencia del resto, yo dejaré que hagas conmigo lo que vos quieras hacer. Úsame como al muñeco más vil. Haré todo lo que me pidas sin ningún tipo de cuestionamiento. Solo decime, y así será.”

Claramente no fue textual, pero la idea se expresa de igual manera. Ella no dijo nada al principio, capaz por no entender mi proceder. Ligeramente me abrazó y comenzó a desabrocharme la camisa. Pensé en ayudarla a desabotonar, pero detuve de inmediato ese pensamiento. Ella no me pidió que la ayudase. Terminó de hacerlo, y tras acariciarme el torso y la espalda, me pidió algo. No le respondí, sólo me arrodillé frente a ella e hice lo mejor que se hacer. Su mano en mi hombro o sus dedos estrujando mi cabello, eran los mejores gestos que podía recibir, porque significaba que aceptaba mi idea y que le gustaba. Tener a un hombre como yo a tus pies, ¿No te parece excitante? Un hombre que sólo intenta ayudarte.

Pero no fue por eso, que elegí vivir el día en mis ensoñaciones. Fue por lo que vino después. La experimentación de la entrega fue demasiado embriagante para mí. Tal vez, si fuera más dedicado con la gente que me rodea, y les concediese la oportunidad de conocerme más a fondo, sin que esto signifique para mis adentros, la ocasión ideal para mostrarme desconfiado, podría no tener estos momentos adormilantes. Me gusta soñar porque pienso que son la gran cosa que me suele pasar en mi vida. Hay tantos colores, a diferencia de este mundo gris, y mi imaginación es el modelo perfecto para encontrar bienestar dentro de mí. Y me gusta, aunque ya saben que no lo hago frecuentemente, la idea de poder abrir mi corazón y sonreír, sonreír con la misma clara sonrisa inocente que tenía a los diez años.

Me gusta, si, pero luego me siento horrendo al respecto, porque no sé como manejarlos, si es que se pueden manejar. El deber del Hombre es domar sus emociones y dejarse llevar por ellas, hasta que creemos que fue suficiente y tiramos de las riendas. Y mis riendas, aquella noche, no pudieron hacer mucho que digamos, y mientras besaba intensamente su mejilla, cuello, mentón, le dije, en una ráfaga de ira incontrolable: “Me estoy enamorando de vos y no sé muy bien que significa eso. Si esto continúa de la misma manera, no podré evitar enamorarme de vos. Sería irremediable.”

No fue literal, pero se escuchó parecido a eso. Y me sentí mal porque ella no me había pedido que la bese. Tampoco me había pedido que hable. Rompí mi promesa y ella me contestó que no se podía hacer nada al respecto y que yo sabía muy bien como era la situación. Y tenía razón. Yo estaba muy al tanto de como era todo. La tomé de los hombros para mirar sus apagados ojos, la abracé y me fui, sin antes desearle que duerma bien y que descanse. En mitad de mi camino a casa amaneció y me pregunté si ella estaría viendo el mismo amanecer. Me contesté que no, que nadie se fija en esos pequeños detalles. Prendí medio cigarro y apagué mi cerebro.

En mis sueños, veía fragmentos de mi encuentro con ella anoche. Recuerdo que tuve varios pequeños sueños y algunos más largos. En todos aparecía ella y yo me despertaba, esperando que esa actitud me permita volver a mis ensoñaciones de ciudades vacías, de colores distorsionados y no tramas surrealistas. Sin embargo, no fue así. Por alguna extraña razón, la culpa se apoderaba de mí. Y no quería levantarme, y pienso ahora que lo hacía para ver si de esa forma, desaparecían los estragos de ser uno mismo frente a la gente. Porque ese fue mi error y ahora que he terminado de desahogarme un poco con esto, que mi taza de té ya está casi vacía y fría, que las pocas horas de día que quedaban, se esfumaron y el cielo, oscuro se volvió, no puedo dejar de pensar en por qué me siento mal, si hice algo que considero correcto. Todos deberían mostrarse como son, en realidad. O decir eso que siempre quisiste decir. ¿Por qué hay consecuencias graves al ser uno mismo? Sólo se que ayer fui el hombre que siempre quise ser y que por eso, me siento culpable. Y fue lo mejor que pude haber hecho.

2 comentarios:

Szz dijo...

te entiendo, bleh siempre te entendí. y tambien siento que lo que se siente un error ni en pedo debería serlo. sino: que mierda nos queda?

Daniel Schechtel dijo...

Muy interesante! Hace pensar bastante. Increíble reflexión. Qué podría llegar a decirte? Toda mi vida he luchado contra lo que soy para no sentir culpa... Y toda vez que he sido yo mismo he buscado la vuelta para convencerme de que yo estaba haciendo las cosas bien, aunque la culpa siempre asomaba acechándome.

En fin, me gustó. Saludos