Estuve encerrado
en casa todo el día. Necesitaba un poco de aire. Me conecté a Internet y me
puse a buscar algún conocido para salir un rato. Un par de horas de aire
fresco, de sociabilización. Quedé con una amiga que a su vez quedó con una
amiga a la misma hora y quedamos en quedar todos juntos. Charlamos, tomamos,
fumamos, conversamos sobre todo lo imaginable. Menos del clima, hablamos de
todo. Llegué a casa más a la noche, tomé un envase y fui a lo del paraguayo de
la esquina para comprar una cerveza más. Quería seguir la movida.
Antes del
paragua, estuve en la esquina con Carla. Carla es la travesti amiga del barrio.
La conocí cuando le pregunté si conseguía cocaína. Me dijo que no, pero pintó
una linda amistad. Conoce hasta a mis padres. Hace años ya que charlamos desde
aquella primera vez. Sigue sin vender drogas y no deja sin aprovechar cada
chance que tiene para invitarme a coger. Todavía esa movida con travestis no me
cabe, pero no la descarto. Uno nunca sabe.
Y le hablaba a
Carla del suceso que aconteció luego de haber escabiado con las chicas. Le
conté acaloradamente que un flaco me había bardeado el fin de semana anterior y que fui a buscarlo hasta la casa de un amigo
del barrio para cagarlo a piñas. No soy un tipo violento, pero hay gente que es
hija del rigor y tiene como pariente al correctivo. Es así. Y este flaco se
había comprado todos los números de la rifa que sorteaba un tabique roto. ¿Quién
era el encargado de darle el premio? Yo.
Carla parecía
interesada en mi relato. Dejó de tocarse las extensiones nuevas que se había
puesto en el cabello y me miraba absorta. Continué con el relato: Me predispuse
a buscarlo con toda la valentía etílica que había absorbido, fui hasta el
lugar, toqué timbre y esperé. Había un
cana en esa calle. Descarté lo que tenía en un macetero amplio y lo esperé al
flaco con las llaves en mis puños. Si la cana decía algo, me llevaba sin
antecedentes ni drogas encima. Sin embargo, el muy puto no salía. Toqué de
vuelta el timbre y mientras esperaba, me hacía toda la secuencia: Él iría a
bajar, me vería en la puerta esperándolo, me saludaría y me pediría disculpas.
Le decía a Carla que seguro el muy forro repetiría como loro las mismas
justificaciones pelotudas que me estuvo dando y que cuando se me acercase para
darnos un abrazo de amistad o lo que sea, le daría un arrebato en medio de la
cara. Y le diría que tiene suerte, que como no soy un tipo violento, las cosas
no van a ir más lejos que eso, y sabiendo que podía haberle metido las puntas
de las llaves bien adentro de su ojo dejándolo con un parche o un ojo de vidrio
de por vida, no fue lo que hice porque soy un chico tranquilo. Carla me
preguntó que pasó al final y le dije que no mucho. No bajó nadie. Se rió y su
risa me hizo bajar un poco los humos. La saludé y le di mis buenos augurios
esperando que esa noche tenga muchos clientes y coja mucho y vuelva a su casa
llena de dinero. Lo que es la vida.
Luego de ir a lo
del paraguayo, me puse a tomar esa cerveza viendo una película tana que pasaban
en el canal de aire. Esas pelis me entretienen. Me son llevaderas en cuanto al
mambo. La gente antes actuaba mejor. Ahora es todo ego y venta de entradas
anticipadas. Ya a nadie le importa hacer algo que realmente te vuele la
imaginación. Por eso me gusta ver películas viejas, porque puedo disfrutar de
una buena historia sin la sensación de que me quieren vender algo.
De pronto,
escuché un ruido muy estridente dentro de mi edificio. Y luego escuché otro y
gritos. Y luego más gritos. Me acerqué a la puerta y puse mi cabeza en la
madera para escuchar. Noté que del departamento de al lado y al frente, a dos puertas
a la izquierda de la mía, había ciertos quilombos. Tomé un largo sorbo de
cerveza y abrí la puerta. Mucho no me importaba la vida en realidad. Asomé la cabeza
y vi a dos sujetos con un baúl de madera de tamaño grande en el pasillo. El
más cercano a mi tenía un traje gris y como era muy flaco, le quedaba curioso.
Parecía un pibe. Daba gracia. El otro
era un petiso gordo, de apariencia típica de tano. Traje de color carmesí, con
bigote en el rostro. Parecía ni pinchar ni cortar. Ninguno de ellos se dio
cuenta de mi presencia. Típico de alcohólicos o de drogadictos irrecuperables.
Estaban parados
frente a un departamento donde dentro de él se escuchaban más gritos. ¿Y mis
vecinos? O todos parecían dormir o a nadie le interesaba. Sabia que vivía en un
sitio de algo de mala muerte, pero no sabía que tanto. Y observé. Acerqué la
botella hacía mi y bebía. Bebía, mientras los gritos se
hacían palabras y luego se convertían en ruido. Escuchaba como articulaban
palabras, pero no entendía muy bien lo que decían. Hasta dudaba que estuvieran
hablando español.
En una, el chico
de gris tomó el baúl de madera e ingresó con el otro que lo ayudaba, a la parte
interior del departamento. Quedó el pasillo desnudo a mi vista. Tomé un largo
sorbo y aparté la botella de mi cercanía dejándola apoyada a varios pasos de la
puerta. Uno nunca sabe cuando la acción puede aparecer y lo que menos se
necesita en esos momentos, es tropezarse y quedar en ridículo. Además de poner
estúpidamente la vida propia en riesgo. La estupidez es un gran problema de nuestros tiempo... Y esto pintaba mal. Bastante mal. Ya tenía las llaves entre medio de mis dedos
por cualquier cosa.
A los minutos
salió un flaco, que no eran los dos anteriores. Salió del departamento de donde
salieron los gritos. Tenía un sobrero rojo y viejo y era más gordo que el que
esperaba en la puerta. Estaba fumando un cigarrillo. Por sus gestos, su mirada
y su postura, intuía que este sabía mucho más que los dos que vi antes. No te
digo de ser el jefe, pero este no andaba en vueltas. Parecía que no lo jodías
en ninguna. Me refugié un poco más en mi puerta, pero sin dejar de ver.
A los segundos
salen los dos con el cofre color marrón. Parecía como si llevaran algo. Lo cargaban
con fuerza. Estaban erguidos frente al baúl grande. Él de sombrero rojo iba
adelante y los otros lo seguían cargando el peso de su objeto. Me dieron la
espalda y bajaron las escaleras. Asomé un poco más mi cabeza y ellos como si
nada. Escuchaba como sus pasos se perdían sobre la lejanía. Escuché ruido de
llaves, de cerrojos y el ruido del portón desplazándose.
Estaba más loco
que antes. Tenía que ver como seguía esto. Fui al balcón que por esas cosas de
la vida, da a la calle. Vi como el chico de gris y el gordo metieron el pesado
baúl en la parte trasera de un auto que estaba estacionado. El otro se dirigió
a la parte del conductor, abrió la puerta y entró cerrándola con fuerza. Los
otros dos, tras haber terminado su labor, se ubicaron en los asientos de atrás.
Escuché el ruido del motor y vi como el auto se alejaba y se perdía en la
esquina.
Volví al cuarto,
atónito. Miré el televisor y noté que habían dejado de pasar la película. Ahora
había un noticiero a favor del gobierno que hablaba de temas que mucho no me
interesaban. Me senté, busqué el envase y tomé un sorbo larguísimo. ¿Qué mierda
fue lo que vi? Estaba seguro que no era producto de las drogas, ni del alcohol, ni siquiera de mis cuestiones mentales. Esto fue REAL. Mi ser es incapaz de inventar algo así. Sencillamente, no podía
hacerlo.
Dejé la botella
en el piso y pude ver como mi tatuaje se asomaba. Era el último que me había
hecho y decía en una hermosa letra de cursiva: “DO IT YOURSELF”. Mi ética daba vueltas en mi cabeza al igual que el
alcohol y las sustancias. Pensé en jugar a ser Sherlock, pero no me imaginaba
corriendo por la calle intentando seguir al auto o buscando pistas. Fue ahí
cuando me di cuenta lo que realmente quería: Algo dulce para bajonear. Abrí la
heladera y mientras intentaba prestar atención a lo poco que tenía, me puse a
pensar en mi vecino. ¿Quién mierda era?
Sabía que eran
dos peruanos. Un chabón que parecía de treinta y una minita. La mina estaba
buena, parecía de mi edad, de veinte y pico o menos quizás. Desde que la vi me
gustó. Hubiera sido un buen polvo. Se habían mudado hace un mes, mas o menos. De un mes no
pasaban de vivir en mi edificio. Estaba seguro que había escuchado varios
gritos y que uno de ellos era de mujer.
Lo único que
puedo decir es que la vida en mi barrio es complicada. La vida que conozco es
complicada. Uno hace lo mejor que puede hasta que no da más. Como no vi nada
apetecible para comer fui de vuelta a lo del paraguayo. Podía haber llamado a
las autoridades, o avisarle al portero, pero decidí dejar que todo siga su
curso. Total, no era el héroe de esa historia.
Mientras bajaba
las escaleras largas me sentí en un raro
frenesí. Me sentí diferente, como si fuera otro y ese otro se sintiese completo
por alguna extraña razón. Mis pasos resonaban sin miedo a lo futuro. Me sentí
bien hasta que recordé que suelo confundir momentos de éxtasis con aquellos
momentos en donde mi eterno vacío interior se llena de emociones pasajeras. Había dejado
las llaves en la mesa, pero para mi suerte la cerradura de la puerta de calle
parecía falseada o algo así, porque no se cerraba cuando la arrimabas. Lo que
es la vida.
2 comentarios:
muy bueno!!
Gracias! Agregame al FB.
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