viernes, 4 de octubre de 2013

Un poco de aire fresco

Estuve encerrado en casa todo el día. Necesitaba un poco de aire. Me conecté a Internet y me puse a buscar algún conocido para salir un rato. Un par de horas de aire fresco, de sociabilización. Quedé con una amiga que a su vez quedó con una amiga a la misma hora y quedamos en quedar todos juntos. Charlamos, tomamos, fumamos, conversamos sobre todo lo imaginable. Menos del clima, hablamos de todo. Llegué a casa más a la noche, tomé un envase y fui a lo del paraguayo de la esquina para comprar una cerveza más. Quería seguir la movida.

Antes del paragua, estuve en la esquina con Carla. Carla es la travesti amiga del barrio. La conocí cuando le pregunté si conseguía cocaína. Me dijo que no, pero pintó una linda amistad. Conoce hasta a mis padres. Hace años ya que charlamos desde aquella primera vez. Sigue sin vender drogas y no deja sin aprovechar cada chance que tiene para invitarme a coger. Todavía esa movida con travestis no me cabe, pero no la descarto. Uno nunca sabe.

Y le hablaba a Carla del suceso que aconteció luego de haber escabiado con las chicas. Le conté acaloradamente que un flaco me había bardeado el fin de semana anterior  y que fui a buscarlo hasta la casa de un amigo del barrio para cagarlo a piñas. No soy un tipo violento, pero hay gente que es hija del rigor y tiene como pariente al correctivo. Es así. Y este flaco se había comprado todos los números de la rifa que sorteaba un tabique roto. ¿Quién era el encargado de darle el premio? Yo.

Carla parecía interesada en mi relato. Dejó de tocarse las extensiones nuevas que se había puesto en el cabello y me miraba absorta. Continué con el relato: Me predispuse a buscarlo con toda la valentía etílica que había absorbido, fui hasta el lugar, toqué timbre y esperé.  Había un cana en esa calle. Descarté lo que tenía en un macetero amplio y lo esperé al flaco con las llaves en mis puños. Si la cana decía algo, me llevaba sin antecedentes ni drogas encima. Sin embargo, el muy puto no salía. Toqué de vuelta el timbre y mientras esperaba, me hacía toda la secuencia: Él iría a bajar, me vería en la puerta esperándolo, me saludaría y me pediría disculpas. Le decía a Carla que seguro el muy forro repetiría como loro las mismas justificaciones pelotudas que me estuvo dando y que cuando se me acercase para darnos un abrazo de amistad o lo que sea, le daría un arrebato en medio de la cara. Y le diría que tiene suerte, que como no soy un tipo violento, las cosas no van a ir más lejos que eso, y sabiendo que podía haberle metido las puntas de las llaves bien adentro de su ojo dejándolo con un parche o un ojo de vidrio de por vida, no fue lo que hice porque soy un chico tranquilo. Carla me preguntó que pasó al final y le dije que no mucho. No bajó nadie. Se rió y su risa me hizo bajar un poco los humos. La saludé y le di mis buenos augurios esperando que esa noche tenga muchos clientes y coja mucho y vuelva a su casa llena de dinero. Lo que es la vida.

Luego de ir a lo del paraguayo, me puse a tomar esa cerveza viendo una película tana que pasaban en el canal de aire. Esas pelis me entretienen. Me son llevaderas en cuanto al mambo. La gente antes actuaba mejor. Ahora es todo ego y venta de entradas anticipadas. Ya a nadie le importa hacer algo que realmente te vuele la imaginación. Por eso me gusta ver películas viejas, porque puedo disfrutar de una buena historia sin la sensación de que me quieren vender algo.

De pronto, escuché un ruido muy estridente dentro de mi edificio. Y luego escuché otro y gritos. Y luego más gritos. Me acerqué a la puerta y puse mi cabeza en la madera para escuchar. Noté que del departamento de al lado y al frente, a dos puertas a la izquierda de la mía, había ciertos quilombos. Tomé un largo sorbo de cerveza y abrí la puerta. Mucho no me importaba la vida en realidad. Asomé la cabeza y vi a dos sujetos con un baúl de madera de tamaño grande en el pasillo. El más cercano a mi tenía un traje gris y como era muy flaco, le quedaba curioso. Parecía un pibe.  Daba gracia. El otro era un petiso gordo, de apariencia típica de tano. Traje de color carmesí, con bigote en el rostro. Parecía ni pinchar ni cortar. Ninguno de ellos se dio cuenta de mi presencia. Típico de alcohólicos o de drogadictos irrecuperables.

Estaban parados frente a un departamento donde dentro de él se escuchaban más gritos. ¿Y mis vecinos? O todos parecían dormir o a nadie le interesaba. Sabia que vivía en un sitio de algo de mala muerte, pero no sabía que tanto. Y observé. Acerqué la botella hacía mi y bebía. Bebía, mientras los gritos se hacían palabras y luego se convertían en ruido. Escuchaba como articulaban palabras, pero no entendía muy bien lo que decían. Hasta dudaba que estuvieran hablando español.

En una, el chico de gris tomó el baúl de madera e ingresó con el otro que lo ayudaba, a la parte interior del departamento. Quedó el pasillo desnudo a mi vista. Tomé un largo sorbo y aparté la botella de mi cercanía dejándola apoyada a varios pasos de la puerta. Uno nunca sabe cuando la acción puede aparecer y lo que menos se necesita en esos momentos, es tropezarse y quedar en ridículo. Además de poner estúpidamente la vida propia en riesgo. La estupidez es un gran problema de nuestros tiempo... Y esto pintaba mal. Bastante mal. Ya tenía las llaves entre medio de mis dedos por cualquier cosa.

A los minutos salió un flaco, que no eran los dos anteriores. Salió del departamento de donde salieron los gritos. Tenía un sobrero rojo y viejo y era más gordo que el que esperaba en la puerta. Estaba fumando un cigarrillo. Por sus gestos, su mirada y su postura, intuía que este sabía mucho más que los dos que vi antes. No te digo de ser el jefe, pero este no andaba en vueltas. Parecía que no lo jodías en ninguna. Me refugié un poco más en mi puerta, pero sin dejar de ver.

A los segundos salen los dos con el cofre color marrón. Parecía como si llevaran algo. Lo cargaban con fuerza. Estaban erguidos frente al baúl grande. Él de sombrero rojo iba adelante y los otros lo seguían cargando el peso de su objeto. Me dieron la espalda y bajaron las escaleras. Asomé un poco más mi cabeza y ellos como si nada. Escuchaba como sus pasos se perdían sobre la lejanía. Escuché ruido de llaves, de cerrojos y el ruido del portón desplazándose.

Estaba más loco que antes. Tenía que ver como seguía esto. Fui al balcón que por esas cosas de la vida, da a la calle. Vi como el chico de gris y el gordo metieron el pesado baúl en la parte trasera de un auto que estaba estacionado. El otro se dirigió a la parte del conductor, abrió la puerta y entró cerrándola con fuerza. Los otros dos, tras haber terminado su labor, se ubicaron en los asientos de atrás. Escuché el ruido del motor y vi como el auto se alejaba y se perdía en la esquina.

Volví al cuarto, atónito. Miré el televisor y noté que habían dejado de pasar la película. Ahora había un noticiero a favor del gobierno que hablaba de temas que mucho no me interesaban. Me senté, busqué el envase y tomé un sorbo larguísimo. ¿Qué mierda fue lo que vi? Estaba seguro que no era producto de las drogas, ni del alcohol, ni siquiera de mis cuestiones mentales. Esto fue REAL. Mi ser es incapaz de inventar algo así. Sencillamente, no podía hacerlo.

Dejé la botella en el piso y pude ver como mi tatuaje se asomaba. Era el último que me había hecho y decía en una hermosa letra de cursiva: “DO IT YOURSELF”. Mi ética daba vueltas en mi cabeza al igual que el alcohol y las sustancias. Pensé en jugar a ser Sherlock, pero no me imaginaba corriendo por la calle intentando seguir al auto o buscando pistas. Fue ahí cuando me di cuenta lo que realmente quería: Algo dulce para bajonear. Abrí la heladera y mientras intentaba prestar atención a lo poco que tenía, me puse a pensar en mi vecino. ¿Quién mierda era?

Sabía que eran dos peruanos. Un chabón que parecía de treinta y una minita. La mina estaba buena, parecía de mi edad, de veinte y pico o menos quizás. Desde que la vi me gustó. Hubiera sido un buen polvo. Se habían mudado  hace un mes, mas o menos. De un mes no pasaban de vivir en mi edificio. Estaba seguro que había escuchado varios gritos  y que uno de ellos era de mujer.

Lo único que puedo decir es que la vida en mi barrio es complicada. La vida que conozco es complicada. Uno hace lo mejor que puede hasta que no da más. Como no vi nada apetecible para comer fui de vuelta a lo del paraguayo. Podía haber llamado a las autoridades, o avisarle al portero, pero decidí dejar que todo siga su curso. Total, no era el héroe de esa historia.


Mientras bajaba las escaleras largas  me sentí en un raro frenesí. Me sentí diferente, como si fuera otro y ese otro se sintiese completo por alguna extraña razón. Mis pasos resonaban sin miedo a lo futuro. Me sentí bien hasta que recordé que suelo confundir momentos de éxtasis con aquellos momentos en donde mi eterno vacío interior  se llena de emociones pasajeras. Había dejado las llaves en la mesa, pero para mi suerte la cerradura de la puerta de calle parecía falseada o algo así, porque no se cerraba cuando la arrimabas. Lo que es la vida. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

muy bueno!!

Holmes dijo...

Gracias! Agregame al FB.