VI
La suavidad del almidón y de las fibras de la tela. Un placer extrañamente adictivo. Como si el mundo me sumergiese en semejante estado de deleite inservible. Recuerdo una imagen mía que tenía de infante. Era como una vista al futuro, comprendida por el pensamiento fantasioso y, digamos, nihilista de una niña de nueve años. O quizás menos. No suelo recordar bien el tiempo. Estaba yo ahí, sentada en la puerta de un edificio. Edificio muy luminoso, debo decir. Era blanco, con una pequeña entrada, que seguía al cubículo del ascensor y el de las escaleras. Estaba sentada cerca de los timbres que brillaban como si de bronce arquetípico se tratase. Brillaban como el Sol en plena noche. Por lo largo de mi cabellera y lo viejo y adorable de mi cuerpo, podríamos decir que tenía unos 18 años. En su momento no pensaba en una edad tan definida, pero el concepto de salvaje maduración siempre venía a mi mente. Como iba diciendo, esta sentada, con las piernas y los brazos cruzados, mirando hacía arriba. No miraba nada en particular; solo pensaba. Miraba en esa dirección para direccionar mis pensamientos. En verdad, no debería hablar de plural. Era un gran pensamiento que tenía en mente. En esa mente crecida y dubitativa. No era real tampoco eso, ya que intentaba recordar mis nueve años. Mi propia imagen "adulta" me imaginaba a mi, en el momento en el que yo la imaginaba a ella. Pura empatía entre diferentes planos. Era sumamente genial. Pero mis rasgos no eran tan geniales. Ni mis prendas que me cubrían. Había un pequeño hilo que ataba a todo mi cuerpo, y ese hilo podría llamarse abandono. No era del tipo terminal, sino un abandono casi poético. Un despojo de mi mismo; de mi ego. Mi cabello era largo. Mis padres siempre tuvieron la obsesión de tener una hija con cabello corto y bien moldeado. Quizás por eso me lo dejé largo. Era una doble intención. Revelarme a mis padres y cumplir con aquella visión. Cuando las verdades chocan, siempre hay dolor. Es parte de la vida. Y si de dolor se tratase, no se vio en mis padres al verme con el cabello rozando mis hombros, ni en la adolescente que inconcientemente engendré. La desavenencia se posó en mi corazón y se petrificó, formando una capa de palabras que invitaban a las preguntas, pero alejaban a las respuestas. Recuerdo que mi piel era blanca, muy blanca. Y mi ropa opaca, yuxtaponiéndose entre si y creando un lindo tono en conjunto. Mis labios estaban sutilmente abiertos. Los ojos eran oscuros y no buscaban observarme. Muchas veces intenté seguir con ese hecho ficticio y continuarlo, mostrando a mi ser posando sus ojos sobre los mios. Lo intentaba y fallaba. Una y otra vez, mientras las palabras se juntaban y conformaban un aglomerado de presuntuosa atención. Recuerdo que hace no mucho mi hermano insistió en que tome un poco de luz solar o me broncee; decía que estaba extremadamente pálida. Culpó al trabajo sedentario y a la preocupación, pero yo no culpé a eso puntualmente. Culpé a esa pequeña niña que imaginó y sin darse cuenta, hizo un punto definido en mi destino. Si todo se mantiene como está, mi cabello crecerá nuevamente y se detendrá en el momento exacto de mi encuentro con esa puerta de edificio. Me sentaré y miraré a las estrellas de mi consciencia, y todo estará increíblemente en orden. En medio del caos, las palabras comenzarán a caerse, debido a su propio peso. Se despegarán como la miel endurecida que son. Quien sabe, quizás hasta pueda sentirme bien por un momento. Estirarme a más no poder y sentir como fluye la sangre por mi circulación. Olvidaré por un segundo que existo y sumida por una larga exhalación, apretaré fuertemente mis ojos, estiraré mi pierna derecha y dejaré la otra flexionada y suspiraré de forma tan silenciosa, que el mundo será testigo de mi desamor por el. Si tan solo fuese fácil expresar lo sencillo que es todo a simple vista. En cierta parte, estaría bien. En la otra, no nos preocuparíamos por nada. En cualquiera de las dos, sería amargo para nuestros sentidos. Un amargo tan dulce como la verdad impuesta por la razón. Un deseo extinto, digamos por...quien se crea apto para extinguirlo. Lo lamento, pero siento que debo decir buenas noches a todos ustedes. Lo intentaba y fallaba. Oh, como la comprendo. A vos también te deseo lo mismo. Buenas noches.
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