VII
Mi piel arde. Lo hace y mucho. Siento lo que sentí momentos antes, hace muchos años atrás. Es la piel de otro quien me quema. No me doy cuenta al comienzo, pero lo noto cuando él se retira a su lugar propio. Me siento llena de un fuego que me desprecia y aborrece lo que acabo de hacer. Mi corazón atiborrado de sensaciones me distrae, haciéndome retorcer de dolor. Todo sigue igual, colgado o apoyado en el suelo, mirándome culposamente. Nadie recuerda al viejo ser que era, ni las ideas en desuso dentro de mi cabeza. Soy un espejismo que se muere de agonía dentro de un lecho onírico hirviente. Me ruborizo y permanezco de esa forma eternamente.
No puedo entender la razón de sentir esto de nuevo. Él tiene un nombre y un tiempo diferentes ahora al mio. Me mira desde la humareda de la nada y se ríe para sus adentros. ¿Era tan difícil determinar eso antes de empezar? Podía haber hecho algo mejor si tan solo me lo hubieras pedido. No para demostrar mi femeneidad, sino para hacerte sentir bien. Era mi mayor preocupación. Al meter tus dedos entre mis prendas y al rato en que empezaste a oler a hule, mi cerebro comenzó su irrupción en mis necesidades de darte asilo en mis adentros. Solo quería protegerte a mi modo. Era mi única meta.
Ya que estoy sensiblemente airosa de verdades que siempre quise decir, pero que las responsabilidades no me han permitido que las diga, confesaré una vez más. No me gusta la gente de mi clase. La detesto. Tan abarcada en detalles que a nadie más le importa que a ellos. Si una obviedad es fácil de identificar, requiere que sea cubierta por capas y capas de inentendibles palabras. Es su acomedido tras mostrarse tan abiertamente al mundo. Por eso mismo no les creo y no pienso creerles. Recuerdo cuando pensaba en tener un sitio tranquilo en el cual descansar y ser parte de un conglomerado de ideas muy afín a mi ser. Es real y mucho más triste cuando se comprende que se estará solo para siempre. El desprecio al mismo paraíso hace a uno pensar si en verdad es en esa creencia en la que debe gastar la poca consciencia que uno tiene a lo largo de la vida. O quizás uno puede ser feliz con la idea que dogmatizó y no necesariamente con el grupo de individuos que se sienta al lado de uno en el culto de las vanidades.
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