Ella no se da cuenta lo que puede producir su cuerpo en los demás. Su postura es algo encorvada y uno puede ver la forma de sus breteles que se marcan en su sueter marrón. Sus hermosísimos y seductores ojos, ponen una mirada tonta, rara, dirigida a un portarretrato ubicado en la mesita ratona, a pasos de la silla acojinada en la que está sentada, con las piernas cruzadas. Lo agarra y se lo queda viendo, aún con esa mirada tonta, y observa a una joven pareja con ropa pasada de moda, posando sobre algo que parece ser un puente. Las barras de metal de atrás de ellos y la extensión de agua, que va más allá de lo que la fotografía puede mostrar, son sus principales claves para esa deducción. El Sol caía fuerte y de arriba, al parecer, produciendo un ligero resplandor en los cuerpos inamovibles de ellos. Ella imagina el calor que sintieron en ese momento, siente imaginariamente la brisa fría que sacude suavemente el cabello hasta los hombros de la joven y los shorts largos y sueltos de él, con sus lentes de sol redondos y su sonrisa, que…
Un ruido estridente la hace despertar hacia la realidad. Es el mismo tipo de la foto, pero mucho más viejo y menos feliz. La mira con disgusto. Le pide que deje el portarretrato donde estaba y que se enderece, y tome una actitud correcta. Ella le dice, titubeando, que odia los cementerios, que no piensa ir y que lo lamenta, pero no puede hacerlo. Se levanta de la silla acojinada y ya sin titubear lo mira a los ojos, decidida. Siente la mirada de disgusto que se mantiene firmemente. Ella baja la mirada, transformando su impronta acción, en un gesto controlado por el sujeto mayor. Vuelve a sentarse.
-¿Sabés?, no eras así cuando madre estaba con nosotros.
Le dice que no importa su opinión, que el auto está afuera, esperando y que si quería mantener su estilo de vida, mejor dicho, su “no estilo de vida”, debería ir con él.
Ella entiende perfectamente lo que le dice. Desde que ha terminado la secundaria, ha pasado los siguientes tres años haciendo todo lo que siempre ha querido, que dicho en un término más entendible para quien no la conoce, es no hacer nada que le proporcione cierto grado de obligación o molestia. Curiosamente, sus grandes placeres mundanos no necesitan alejarla de su cuarto, ni prender la luz, ni siquiera le pide usar unos buenos productos para el cabello. Quizás por eso mismo, no se da una idea de lo que su cuerpo puede producir. Es feliz porque sabe manejar su existencia. Tiene todo bajo control, dentro de su cuarto con persianas que nunca se levantan. Para eso, necesita del resguardo del padre. Él es quien le permite no pensar en la idea de subsistir maduramente. Cada vez que ella pone su rostro en las sábanas y siente la rasposidad del algodón y la pérdida del perfume de las mismas, ocasionada por semanas de no mandarse a lavar, piensa en eso. No puede permitirse que la saquen de su caparazón. La carta astral se lo había predicho en su nacimiento. Tiene todo lo que necesita dentro de ella, y dentro de esa pequeña habitación. Lucharía despiadadamente para mantener su derecho de no tener derechos ni preocupaciones futuras. Se acomoda el bretel izquierdo, que le aprieta y le da dolor. Hay algo que no le cierra del todo en cuanto a su idea. ¿Cómo puede ser que no querer ningún tipo de poder, igualmente conlleve algún nivel de responsabilidad?
"Alguien no está en lo correcto." Pensó ella, mientras se dirigía a la puerta, camino al lugar que ella tanto odia, con pasos apesadumbrados y sonoros por el parquet recién pulido. Su padre sale del cuarto y ella se acomoda para tocar el interruptor de la luz.
-Ójala hubiera una manera de pagarle a alguien para que lo resuelva. -Dice.
Y queda el cuarto a oscuras.
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