martes, 18 de octubre de 2011

El placer de domesticar a una burguesa

La conocí en las afueras de un colegio privado. Vestía su típico uniforme, con falda y buzo escote en ve. Lucía tan joven, tan bella, tan ingenua, tan burguesa. Representaba toda esa futura decadencia social, que hacía querer llorar a mis botas, usadas como señal de lucha. Con toda ese carácter limitado y propio de creerse una ilusión, supe verdaderamente lo que era ella para mí: Era perfecta.


Según mis principios de vida, la búsqueda de una compañera no coercitiva, debe asociarse con un apoyo concensuado de la causa del bienestar individual y una libertad determinada que le permita a uno, crecer como individuo, en este largo camino del conocimiento del ser. Uno no necesita otro clavo más en el ataud de las relaciones dependientes. A uno le hace falta conocer a esa persona que pueda darle alas y permitirle dejarse llevar en sus propias convicciones. El amor si no es liberador, me complicaría verlo diferente a cualquier tipo de droga o actitud que generen dependencia, o vicio.

A pesar de todo lo que sabía, de todo lo aprendido en base a mi experiencia dolorosa, no pude evitarme ver en lo correcto. Si transgredo, lo trasgresor, es porque hemos olvidado algo esencial en nuestra manera de cambiar las cosas y eso alguien, debía mostrarlo. Ese alguien era yo.

No fue difícil que ella me conozca, pero si me fue complicado conocerla a ella. Estaba protegida por diferentes clases de cuidadosos protectores: su familia, su colegio, sus profesores particulares, sus amigos del barrio, hasta incluso el club donde ella hace natación, la resguardaban de muchachos con ideas a las mías. Increíble, pero es así. En mi caso, como en todos los casos que conocí, fuimos criados bajo la intemperie, creyéndoles a todos, y no creyendo en nada en particular. Fuimos el resultado de muchas cuadras caminadas, en el largo e individual trayecto del crecimiento de las castas más necesitadas. Al sentirnos inseguros de nuestros actos, decidimos protegernos a nosotros mismos y buscar el problema de nuestras inquietudes, desde la charla amena entre amigos preocupados por el bienestar en común. Habíamos creado nuestra propia familia, entre nosotros mismos, nuestro colegio en la calle, nuestros profesores particulares y únicos, en todo aquel que esté dispuesto a enseñarnos, y no solo éramos amigos delimitados por un territorio: éramos hermanos unidos al sentir.

Caminaba ella por una calle descuidada, camino a un instituto de inglés que iba cada martes, a la salida del colegio. Dicho instituto se encuentra a unas seis o siete cuadras, teniendo que atravesar un trecho de casas tomadas. Para el modo de pensar de ella, exteriorizado por sus gestos, le daba miedo. Fue en uno de esos martes, cuando un grupo de chicos de vestimenta deportiva deteriorada, la detuvieron y le empezaron a hablar fuerte, de modo amenazante. Eran lobos buscando devorarse a un tierno y apetecible cordero. Mientras cruzaba la calle, pensaba en la poca diferencia entre sus actitudes y las mías. Me les enfrenté, los miraba a los ojos con dureza, intentando en todo momento tener el control de la situación. Uno de ellos, al verse mayoría, intentó golpearme. Al haber poco espacio de separación, intentó propinarme una piña en el estomágo. Al ver su accionar, me corrí para atrás, apenas sintiendo sus nudillos. El cuerpo del ladrón se abalanzó torpemente hacía delante, dándome la oportunidad de agarrarlo del antebrazo y tirarlo en dirección hacía la calle. Cuando cayó, empujé a los otros dos, quienes miraban atónitos, y le propiné una dolorosa patada al caído. Los otros dos se encolerizaron y vinieron hacía mi en actitud ofensiva, hasta que saqué mi manopla del abrigo color verde y se las mostré, brillante como el Sol del mediodía. Retrocedieron. Le tomé la mano a la pequeña burguesa y pasamos entre medio de ellos, oyendo como nos insultaban. Doblamos en la esquina y dejamos de escucharlos. La miré y ella me observaba con miedo. Diría que al borde del llanto, pero en muy pocas ocasiones vi a una mujer llorar. Supuse que me tenía miedo y por un momento, me olvidé de mi mismo. No quería causarle temor a ella, ni a nadie. Entiendo que haya que emplear la violencia en diversas situaciones, pero nunca se debe lastimar a nadie. O al menos no seriamente. Y claro, su juvenil belleza no ayudaba a mi auto control de las tentaciones pueriles y capitalistas. Un mechón de su largo cabello, se le había quedado en la comisura de su labio. Suavemente se lo corrí, aún con la manopla puesta. Es ahí cuando la abracé, y es ahí también cuando me dejé llevar por el instinto y la besé.

Claramente, un tropezón sentimental, no es motivo de la total caída de las facultades pensadas. Escribí con aerosol bien grande “VIOLENCIA SIN SANGRE” en la pared de la fábrica del barrio y con eso, digamos, sentí la reivindicación que necesitaba. Lo hice un sábado por la tarde, luego de una ligera lluvia matinal. Mi ciudad se ve hermosa con sus calles viejas y la sensación de melancolía traída por el clima. Hasta pisar los charcos hacían a uno sentirse bien. Me encontré con ella, en las afueras del instituto de inglés. Como era fin de semana, estaba cerrado.

*No lo corregí todavía, pero en la siguiente actualización de este escrito, tendremos:

Mostrar como he dominado al enemigo


Los opuestos se atraen


La chica con el collar


Traicionar la clase


Arrogancia de la casta


El honor de una dama


Una burguesa confinada a su mundo de mentiras e hipocresías*



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