miércoles, 4 de enero de 2012

Antón

Escapo de la calle mal iluminada y ruidosa, corriendo hacía una bodega sombría y con olor a productos de limpieza, justo antes que un sonido estridente retumbe por todo el lugar. Me escondo detrás de unos bultos y espero hasta calmarme. No entiendo porque la vida no podría ser fría y oscura todo el tiempo. ¿Habrá un lugar que sea así? ¿En donde no deba preocuparme por la asfixiante y calurosa luz, y qué el susurro sea el estruendo más fuerte? Me echo de bruces al suelo y siento el suelo fresco.


De repente, la puerta se abre y de la luz aparece la figura de un Humano. Como si supiese donde estoy, se me acerca. No hago nada más que esconderme un poco más entre los bultos, pero mucho espacio no tengo. Instintivamente dejo de respirar, contraigo mi estómago y saco mis filosas armas, mientras los pasos del Hombre se me hacen cada vez más claros y fuertes.

Se me para al lado y veo sus largas piernas. Doy un largo suspiro, vuelvo a mi estado apacible, más bien entregándome a la situación que otra cosa, inflando mi panza y guardando mis armas. Recuesto mi espalda sobre la pared, apretujándome lo más que puedo. Mis orejas escuchan el alboroto que viene de afuera, de gente hablando, riendo y gritando. Estoy perdido.

El hombre saca un artefacto de su bolsillo y una luz emana del mismo y me apunta. Me alumbra de abajo hasta arriba.

-Ya veo. –Dice, y descubro que su voz es de un joven, por la agudeza de la misma.

El muchacho apaga el artefacto y se dirige a la puerta y la cierra. De pronto todo se enmudece y la falsa ceguera nos envuelve. Salgo de mi sitio, con timidez, poniéndome frente al joven, y lo veo luchar por prender el aparato lumínico. Mis ojos están muy acostumbrados a la oscuridad. No me cuesta tanto ver a través de ella, como si le pasa a otro tipo de gente. Hace “Click, click” varias veces y no pasa nada. Lo intenta de vuelta, con gran empeño, pero no logra hacerlo.

-Mi nombre es Antón. –Le digo.

Deja de hacer “Click, click” por un instante. Como siento que no me ha entendido, quizás por el miedo pude haber balbuceado en vez de modular claramente, se lo repito.

-Disculpe, mi nombre es Antón.

Como si fuera arte de magia, su luz se prende y me ilumina en el momento preciso en que le digo:

-Mi nombre es Antón y soy un gato.

Esperaba otra reacción de él. No todos los días un gato negro, de largos bigotes blancos te habla con voz de Humano. Él solo elige mirarme, no con pavor, ni con crítica en sus ojos; solamente observa, curioso. Jamás había visto esa reacción en alguien.

-No vengo a importunarle – Mi cola me rodea las patas, y mi postura se hace más digna, más recta- Sólo buscaba escapar del bullicio de afuera, que no me agrada para nada. No es parte de mi naturaleza.

-No me importa quien seas. –Me dice secamente. – Si sos el Diablo o una criatura mágica malvada.

-Créeme, oportunistas seremos, pero no tenemos maldad en nuestros corazones.

Parece que no me escucha, porque continúa con su monólogo con presteza.

-No me importa realmente lo que seas. Se que las cosas van a ser raras, a partir de ahora, y eso me gusta. Mientras sea mejor que es-

La puerta se abre violentamente y un hombre grande, calvo, con delantal blanco aparece.

-¿¡Qué andás haciendo acá!? ¡Vuelve a limpiar platos!

Lo agarra de la remera y lo arrastra con fuerza hacía la luz enceguecedora, al ruido de personas, a la puerta que se cierra mucho más fuerte que la primera vez. El nuevo momento de silencio me hace pensar y asiento con el joven. Cosas raras van a pasar. Por eso dirán que los gatos negros traemos mala suerte. Creo que es una forma de verlo, una manera de interpretar las cosas. Nosotros hacemos que veas la casualidad que rige en todo y eso, para algunos es intolerable. Hay gente incapaz de manejar esa situación. Pero hay quienes saben que la suerte es una condición necesaria para que las cosas cambien, y cuando cambian, cambian para siempre. Aquellos que buscan el cambio, no se fijan por si es bueno o malo. Realmente no les interesa. Mientras su vida sea alterada hacía otra cosa, no importa el desenlace final.

La puerta se abre nuevamente y el chico me ve en la misma posición en donde estaba antes. Me ve lamiéndome las patas delanteras, con delicados movimientos. Noto que hay sangre en su ropa y en su cara. Detrás de toda esa sangre, una sonrisa le corroe la cara. Viene hacía mi corriendo, para mi asombro me levanta y me lleva hacía fuera.

-Perdoname por llevarte de nuevo al lugar de donde escapabas. –Dice el joven, pasando por entre las mesas del restaurante. - Pero acá ya no hay lugar para nosotros.

-¿A dónde vamos, entonces?

El chico se ríe para sus adentro y me alza mejor entre sus brazos.

-Ya lo he decidido. Para empezar, iremos a mi casa. Me contarás todo lo que sepas con lujo de detalles. No todos los días uno encuentra un gato que habla. –Abre la puerta y me mira- Luego, no sé, probaremos suerte.

Y salimos.





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