Mi época “dura” habrá continuado a lo largo de dos o tres meses. Nunca dura más que un lapso, en donde la dureza se muestra con toda su aspereza. No es poco ni bastante. Es el límite entre mi vida y la vida que la gente piensa que voy a tener. Es la lucha de quién tiene razón. Los ojos del Mundo me observan, pero no estoy pendiente de ello. Yo solo camino, escuchando a Sumo con mis auriculares de mala calidad, yendo a una velocidad que ni yo mismo entiendo. Y camino, camino muy rápido, alternando la mirada entre el suelo, las vidrieras de los locales cerrados y la poca gente que circula de noche. Algunos tan duros como yo. Pero todos esos hechos, uno lo entiende después, cuando la decisión fue tomada. ¿Volví a ser yo mismo o me convertí en eso que las personas opinaban de mí? Es el resultado de la época “dura”. Porque uno puede pasar mucho tiempo de su vida en lo inexorable de la sensación, y las cosas siguen igual, manteniéndose hacía delante, desplazándose. La insoportable necesidad de sentirnos severos para nosotros mismos, es sólo una sensación más y es entendible para el resto. El viento agitará las hojas de los tupidos árboles en los bosques con la misma fuerza, el mar calmo seguirá pasivo y sus apacibles oleadas lo moverán rítmicamente, como metido en un baile natural. Los bebés nacen y todos son felices; la gente muere y muchos se acongojan, y nosotros tiesos como mármol, mas aún el tiempo avanza y el corazón de varios sonríen contentos, porque algo aprendieron ese día. Y eso es porque, para que algo se torne malo, y se mantenga así para siempre, para que esa terquedad se vuelva incambiable y no haya vuelta atrás, sólo se necesita dos o tres meses. El resultado de las acciones en ese lapso define el futuro brillo en nuestras miradas. Somos la respuesta en el período más rígido que algunos, angustiosamente tienen el honor de sobrellevar en sus narices.
Nunca entendí en verdad por qué surgió esa etapa. No todos tienen porque pasarla. No se parece en nada a un final que tenés que dar para terminar de aprobar una materia. Es más bien como un sorteo. Te toca o no. Y muchos tienen mala suerte en los concursos de este tipo. Yo siempre fui uno de ellos. Nunca gané nada hasta ese momento. Miré mi mano y mi rifa era de color negro, de material plástico. A pesar de estar completamente arrugada, entre todas esas líneas, estaba mi número, que también era mi nombre, que también era mi pasado que por un tiempo iba a olvidar, y que por primera vez en mi década de existencia, era el ganador. Ahora puedo decir, que la victoria tiene algo de agridulce en ella.
Hay factores que la pudieron haber desencadenado. No creo que haya habido una cosa que la haya producido. Si hubo motivos que la ocasionaron, fueron varías y cada uno de estos motivos, fueron una verdadera cuestión para mí. Unos monstruos de primer nivel.
Monstruo número 1: Cuando la ilusión, pesadilla es.
Salía con una chica, con la cual estaba todo bien. Era la chica con la cual fantaseaba de adolescente, a mis tiernos quince años. Dulce, tierna, muy sensible hacía mí y femenina. Usaba esos vestidos largos hasta la rodilla, que le marcaban su apenas delimitada cadera y su pecho firme. La inocencia de su alma y de su cuerpo, me encantaban. Como me parece respetuoso mantener a los responsables de todo esto alejados, usaré nombres ficticios. A esta adorable muchacha, la llamaremos Mariana. Con Mariana, podríamos pasar toda una tarde actuando como chicos, cantando temas de series animadas de nuestra infancia (a pesar de ser más chica que yo, conocíamos mas o menos las mismas cosas), hamacándonos en la plaza hasta cansarnos o hasta que las madres nos pedían el asiento para sus hijos, o delirábamos en pláticas sobre lo que fuese. Había algo que entendíamos y que nos parecía muy extraño que nadie se diera cuenta. Era TAN obvio para nosotros. La gente parecía distraerse por tonterías todo el tiempo. Tonterías que uno mismo crea y que piensa que son serías, cuando en verdad, no lo son. Para que me entiendan, debería contarles algo antes.
Recuerdo tener nueve años y estar en la plaza. Ya a esa edad me manejaba solo por el barrio. Si salía, o iba al Shopping Abasto, que hacía meses que lo habían construido (imposible olvidarse la publicidad de Julian Weich sobre dicho Shopping), o iba a la comiquería ubicada a unas cuadras de mi casa, o me quedaba horas en el Centro Cívico observando charlas sobre cosas que no entendía o me quedaba atónito en los escaparates de las librerías sobre textos universitarios técnicos especializados, que había, a unas cuantas cuadras más alejadas de mi casa. O hacía eso, o iba a la plaza. No buscaba a mis amigos, dudo que tuviese alguno en ese momento, dado a que me gustaba estar solo. Sabía como mantenerme divertido y no necesitaba ayuda al respecto. Ni tampoco recuerdo corretear o jugar por ahí; sólo me sentaba en algún lugar y miraba a mi alrededor. Siempre había algo que me llamara la atención. Como cuando vi que en el arenero había un señor de mediana edad con pintura llamativa en el rostro. Era lo que comúnmente los chicos de mi división llamarían “payaso”. También lo llamaban así los niños que se acercaban al arenero para verlo. Yo me acercaba hacía él, sabiendo que era un señor de unos cuarenta y tantos, que hace esto, quizás, para mantener a su familia, y que como no podía o no quería tener un trabajo más, digamos, “normal”, se pintaba la cara y venía a mi plaza y nos buscaba entretener, para obtener algo del contenido de las billeteras de las madres, quienes contentas les darían por haberles sacado a sus niños de encima por un tiempo. Tranquilamente podría hacerlo por amor a los infantes, o porque siente al clown como su sentido en la vida, o por el simple hecho de disfrutarlo. De chico, no lo veía así, hasta ese instante, que el payaso nos pidió que nos sentáramos en la arena y que aguardemos un poco de rato mientras sus ayudantes especiales, que en verdad eran jóvenes bohemios suburbanos sin ningún tipo de maquillaje, preparasen la gran sorpresa, que en realidad era el cuerpo de un escenario para marionetas.
1 comentario:
I'll write down everything I have learned... And edit it down to a single word: Love.
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