El joven padre Mocelli estaba esa noche ocupado. Su respiración se entrecortaba mientras sus manos manoseaban salvaje y calientemente a una muchacha de cabello largo y oscuro, y de aspecto atractivo. Él estaba encima de ella, pero ella, moviéndose rápidamente se puso encima de él, sin dejarle a él la oportunidad de besarla. Ella estaba arriba y el padre, el joven padre Mocelli se abría la bragueta para luego acomodar la sábana blanca sobre encima de ellos. Sólo quedó parte del pie derecho de la muchacha sin cubrirse, pie de pedicura perfecta y hermosamente arreglada, de bello talón y femenino tobillo. Los gemidos y arrumacos bruscos no pararon de cesar, sino todo lo contrario: Se incrementaron. Y la noche, por su parte, se volvía menos noche.
Por la mañana, el padre Mocelli, de entradas pronunciadas en una cabellera bastante prominente, caminaba bajo la luz del Sol otoñal, con un viento peculiarmente fuerte. Con las manos en los bolsillos, y la mirada perdida en el piso, el joven padre pensaba en sus cosas, con su típica cara de preocupación diurna. Ustedes saben, esa expresión que mezcla desasosiego, con un poco de culpa, con algo nuevo llamado neurosis y que aparentemente es producida por el ser que uno más ama en la vida: Nuestra madre. Él odiaba tener esa expresión, y más la odiaba cuando tenía puesto su uniforme espiritual.
Un sacerdote puede no ser el más fuerte de la manada, o el más inteligente, o el más apuesto. Sólo tiene que cumplir su misión, que es la de darle a la gente una tranquilidad más que esperanzadora. Una tranquilidad del más allá, porque lógicamente, esa paz casi mortuoria no se encontraría entre los vivos de esta realidad. Un sacerdote encamina la vida del Hombre, y lo ayuda a sobrellevar la crisis. La psicología te hace asumir tu problema, pero solamente la religión te ayuda a pasarla con el mínimo sufrimiento requerido y necesario.
Pasó frente a una fachada de casa vieja, típica casa de principios de siglo pasado, y se sonrío como siempre lo hace al pasar por ahí. En el pasado conoció a un joven, mucho más joven que él. No piensen mal, ustedes. Que Mocelli sea padre, no significa que cuando se hable de niños o adolescentes, uno lo tenga que hacer referido a una violación de por medio. Quizás, ni siquiera una violación, puede ser consentida entre ambos, pero sería un convencionalismo asociar a un miembro de la iglesia católica con un joven menor, en medio de un actor amoroso o sexual. La relación entre el joven padre y este chico, estaba en contra de las convenciones.
El chico era un rebelde con causa. Podrías verlo actuando mal, pero él te iba a convencer en menos de cinco minutos, que lo que hizo fue un acto de buena voluntad, que lo hizo por un bien común, que es un Robin Hood incomprendido de estos tiempos. Te iba a hacer dudar. Su madre lo llevaba a la escuela dominical, a pesar de estar grande para eso y de ser el único joven de su especie en asistir al servicio un domingo a la mañana. Mocelli era quien le daba las clases. A él le encantaba que fuese el chico, porque decía las cosas que el siempre quiso decir, pero que su profesión no le permitía. Era la fuente de irreverencia necesaria para hacer de un aburrido domingo matinal, en algo fuera de lo convencional. En algo estimulante. Mocelli lo asociaba con la picadura de mosquito. Es fea la sensación de la picazón, y más cuando comienza a hincharse. Sin embargo, el placer privado de rascarse a más no poder, eso no puede quitártelo nadie. El chico era su carne roja e hinchada, y las normas de la iglesia, el motivo correcto para dejarse llevar por la fricción desmedida que las lecciones le daban al chico y liberaban de su boca, las verdades tan poco santas y llenas de endorfinas, que Mocelli adoraba. La vida del clérigo puede ser tan aburrida…
Cada vez que pasa por esa fachada, a unas cuadras de la iglesia en donde sirve, se sonríe y piensa en el joven. Hay un grafiti en rojo que cubre la avejentada pared y dice “FREUD HA MUERTO”. Recordó en esa ocasión, como fue que esa expresión artísticamente ilegal había surgido. En el aula en donde se hacen las clases dominicales, hay una biblioteca de dimensión mediana. La biblioteca fue producto de la idea de un antiguo y muerto profesor de clase que, asociada con las buenas intenciones de los vecinos, fueron armando poco a poco esta suerte de librería de libros religiosamente correctos. Ya habían pasado un par de meses largos en donde el joven, pero aún no padre, Mocelli se había hecho amigo del chico, de nombre Kevin y apellido español muy común.
Al comienzo Kevin odiaba ir, y cuando lo hacía, no hablaba o respondía mal. Luego comenzó la etapa de la discusión y la negación de todo. Luego, sabiendo que es imposible usar el pensamiento científico para cuestionar a la iglesia, aprendió lo que era la ironía y el sarcasmo, para usarla como arma. La Iglesia ha tomado armas a tomar con respecto a la homosexualidad y a la promiscuidad juvenil, mas le es imposible hacer algo al respecto, en cuanto a la ironía. El nacimiento de lo sarcástico y sardónico, no fue algo que Dios esperaba, al parecer. En ese lapso de maduración, Kevin descubrió que Mocelli no era el típico profesor aburrido, que te pega con la vara y te hace arrodillar en granos de maíz. Era un tipo copado. Se reía de sus chistes, no se enojaba cuando le cuestionaba la religión y cada tanto, tiraba algún que otro dicho interesante, que lo hacían pensar. Ya con el correr del tiempo, veía a las clases dominicales como algo habitual y le agradaba porque era un buen ambiente y también, se fue convirtiendo en el ayudante de Mocelli.
Como había mencionado antes, la mayoría de los que iban al servicio del domingo, eran niños con la capacidad de distinguir la imagen de Dios a la de un perro, si se las pusiesen una al lado de la otra. Y hasta seguro que alguno falla en la prueba. Por eso, para el día del niño o para una festividad parecida (los chicos no están muy pendientes de fechas), la congregación sugirió llevar a los chicos al cine. Mocelli le dio la tarea a Kevin de buscar alguna película para ver, que sea infantil y nada violenta o anatema. Claro que Kevin no sería tan obvio, ahora que aprendió a usar la paradoja vivencial del Hombre como herramienta. Ya tenía en claro en hacer alguna maldad, pero tenia que ser sorpresiva. Justo se dio la casualidad que se estrenaba en los cines la primera película de Shrek. El chico vio un gran caudal de oportunidad ahí. Una película que el protagonista es un ogro espeluznante, que es violento y que tiene un amigo animal que habla, cosa que no puede ser posible porque Dios no les dio esa cualidad, aunque una vez si lo hizo, al parecer, era muy perfecta. Asustaría a los niños, Mocelli estaría enojado y el saldría ganando al ver un film de gustos propios. Le comentó al maestro sobre la elección, contándole la trama que minuciosamente había pensado para pasar desapercibido. Curiosamente, Mocelli no lo cuestionó mucho. Le pareció raro el nombre de la película al comienzo, le dijo, pero luego se fijó en los diarios y comenzó a programar todo para verla esa misma tarde. Kevin tenía pensado todo un plan con preguntas y respuestas preparadas para las interrogantes de Mocelli, pero fue tiempo perdido el haberlas preparado porque ni siquiera hubo un mínimo de cuestionamiento. Kevin dudó de haber ganado o perdido esa primera contienda con la ley. “Si no hay enemigos, ¿A quien le gano?” Pensó el chico.
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