Ellos dos toman una sopa con fideos de letritas en una casa muy fría. Al conversar, vapor sale de sus bocas. También sale vapor de sus respectivos platos hondos. Son alumbrados solamente por varias pequeñas velas decorativas, ubicadas sobre la mesa baja. Dicha mesa baja, de aspecto gastado y alborotada de libros, se acomoda frente a ellos. De fondo se escucha el segundo disco de Bad Brains. No parece, en realidad, una cena. Más bien, hay un aire extraño de ritual. Todo es sombríamente romántico, entre el movimiento susurrante de las llamas de las velas, el olor a caldo suave, y el sonido rápido y sentimentalmente agresivo de la percusión de la banda hardcore punk oriunda de Washintong D.C. Ella dice que el ambiente en el que están es perfecto para mostrarse en una película. Él mira a su alrededor y dice estar de acuerdo, mientras piensa como las casualidades cotidianas crean bellezas singulares.
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