miércoles, 31 de julio de 2013

Segundo viaje a San Luis - Parte II: Uno recibe lo que merece


Me gusta lo fugaz. Me gusta tener un poco de aquello y quedarme con el recuerdo. Suelo pasar poco tiempo con mis amigos, aunque siempre es el mejor tiempo ocupado. Sin dudas. Charlo quizás breves minutos con personas de las cuales aprendo mucho. Quizás es el lapso que necesite de humanidad. Viajo a visitar a mis parientes sólo un par de días, viajando miles de kilómetros para eso. Nunca entienden bien el por qué. ¿Por qué alguien gastaría un fangote de plata solamente para pasar unas pocas noches con los suyos? Será porque soy así.

Muchas veces no se que decir, o cómo actuar. Pienso que si paso mucho tiempo con la gente que me rodea, sabrán en verdad quien soy: Un ser raro, de ideas extravagantes, de humor cambiante, ansioso a más no poder y sentimentalmente amoral chapado convenientemente a la antigua. No soy normal, pero como diría Kurt Cobain en Dumb, puedo pretender serlo. A veces lo fuerzo demasiado y de tanto esconderme en mi fachada, parezco más un maniquí de ojos grandes que otra cosa. Eso ayuda a la hora de ligar, pero no cuando quiero calmar a mis demonios.

Solamente he ido una vez al psicólogo y fue porque fui obligado. Tenía quince años y me había escapado de casa. Duré solo un día. Todos se enteraron en el colegio. Ya parecía un chico con problemas y ahora, en verdad que los tenía. Fueron malas épocas. Los responsables de mi área hablaron conmigo y demostrando una hermosa falsedad en sus aparentemente bienintencionados gestos, me dijeron que si no iba a verme la mente con un especialista, pues bien… Mi futuro escolar no sería del todo bueno. O podría serlo, pero no en su cara institución.

Mi padre, realmente muy a su pesar me llevó al hospital en donde la psicóloga atendía. Odiaba, me imagino, tener que aceptar que su hijo no era esa cosa especial que pensaba que era. Creo que todo padre idealiza a sus engendros. Al mío le quedaba todavía alguna esperanza de salvación para mí. Ya demostraba lo difícil que sería intentar cuidar de mí.

La doctora tenía el mismo apellido que una compañera de curso. Dicha compañera, en un momento dado, me tiró onda, cosa rara. Nadie hablaba conmigo a no ser por temas relacionados al estudio. Y era muy linda. Por esas cosas de la vida, perdió interés en mí, y comenzó a salir con un chico poco agradable del otro curso. Créanme, era mejor partido yo. Cogían banda. Recuerdo los comentarios de las chicas del curso al respecto. Podía haber sido yo el que hubiese cogido banda como él, aunque sea por un tiempo. Hubiera actuado menos como un idiota. En fin, mismo apellido que esta chica, un típico apellido judío incapaz de escribir bien. A su izquierda había una pasante, una joven veinteañera de cabello largo y facciones suaves. El despacho era grande, bastante desacomodado. No parecía el típico sitio tranquilo con el diván a un costado, el helecho al otro lado y el sofá con el loquero encima haciendo un crucigrama y usando un sweater con cuello de tortuga, seguramente un fanático de Woody Allen, del fetichismo a los pies y de Lacan. Parecía más que nada a la pesadilla de un bibliotecario de colegio público de una zona bastante más pobre que el resto de sus cofrades.

Fui honesto con sus preguntas. Pensaba que me iba hacer llorar, que me iba a dolorosamente adentrar a mis mayores temores y secretos… Pero no. Curiosamente, no recuerdo mucho de la sesión. Mi memoria es muy buena y me extraña no tener mejores recuerdos de los que tengo, sabiendo que era toda una nueva experiencia para mí. Me preguntó de mi familia, de cómo era el lugar donde vivía y no mucho más. La pasante anotaba todo. Prácticamente no me miraba. Tenía la mirada fija en su anotador.

Al final de la sesión, me dio cita para después, cita a la que no fui. Mi padre no se preocupó en llevarme, el colegio tampoco se interesó mucho en el caso después de todo; me imagino que, el procedimiento en estos casos es enviar al adolescente al psicólogo y listo. Luego ya sería responsabilidad del sistema de salud del país. Dios bendiga los procedimientos burocráticos.

Me siento raro y en muchas ocasiones, en alguien con poco bienestar que digamos. De todas maneras, tras pasar los años he podido entenderme más. Quizás, más que entenderme me he llegado a mentir tanto que no puedo ver ahora el bosque por los delirantes árboles de mi psiquis. No lo sé, tan mal no pienso que lo esté haciendo. Tan mal tampoco es muy bien o algo parecido. Significa que he vivido y me he arrepentido de no tantas cosas. Debo sentir más culpa que cualquier persona común. Y está bien. Una de mis frases de cabecera, cerraría con todo esto: Uno recibe lo que merece.





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