lunes, 4 de noviembre de 2013

Soledad -Parte 5-


Puedo decir que en ese tiempo, solía respirar profundo y pensar en como las cosas se iban acomodando poco a poco para exhalar contento. No tuve una infancia fácil. Mucho drama alrededor mío. Siempre por mi cuenta, viviendo en muchos lados. Era el claro ejemplo de “niño no deseado”. Se como se siente y a pesar de la Libertad en tus acciones, o sea, nadie espera mucho de vos y suele poco importar tus actitudes, no te sentís muy bien que digamos.

El día que Soledad vino conmigo al aula y que entramos sin ningún tipo de problemas (éramos como los Bonnie y Clyde de infantes), fui al aula y vi a mi profesor, pero no a los chicos. Soledad se fue a las escaleras. El profesor, oscuro en su sitio frente al escritorio, leía un libro de aspecto viejo. Ni se inmutó por mi presencia. Las persianas de los grandes ventanales estaban cerradas, a pesar de ser verano.

-¿Los chicos?
 -Cambio de horario con su maestro de Educación Física.
-Ahhh, claro. El jueves tenemos la final del torneo.
-Ajá.
-Están en el patio de arriba, ¿No? No los escucho afuera.
-Exacto.

En el pizarrón, él había escrito algo. Su caligrafía era hermosa.

Las capullos dejan sus viejas pieles y las mariposas no regresan jamás a sus hogares para vestirse hermosamente con el pasado.”

-¿Qué significa, profesor? –Él odiaba que le digan “maestro”.
-¿Vos qué pensás al respecto? ¿Qué lográs intuir? –Dijo cerrando el libro que tenía en sus manos. Su figura comenzó a cambiar. Se comenzó a volver más alto y delgado.
-Que de los capullos… Nacen las mariposas y las mariposas… No regresan a sus hogares porque… Bueno, no sé. Simplemente no regresan.
-¿Cómo fue ese primer pensamiento que sentiste aparecer en tu delicada mente al poner tu mirada en las letras y buscar el entendimiento avanzado y oculto en el orden de ellas?

Vi su sombra alimentarse de otras sombras cercanas y levantarse del piso, cubriendo su larga espalda. Al estar en su presencia, me parecía que mi respiración se hacía más lenta y que el tiempo que el reloj ubicado arriba del pizarrón marcaba, se volvía más tardío. Los movimientos de las agujas parecían desplazarse a su propio gusto.

-¿En lo primero que pensé? ¡Sí! Pensé en un dibujo que me gusta ver. Es sobre un chico que junta unas criaturas que se esconden en los arbustos y pelea con ellos. Los atrapa y pelea con otros chicos igual a él que atrapan a esas criaturas. Luego van a un torneo y eligen al mejor de todos. Pensé en el capullo que atrapó el chico en un episodio y que luego se convirtió en una criatura parecida a una mariposa. Me imaginé a esa mariposa volando lejos. Hace mucho que no veo ese dibujo... Estuve bastante ocupado.

Miré al profesor y una mueca de trascendente sonrisa se contorneó en su rostro. En nuestras charlas, nunca lo he visto sonreír. Podría jurar que luego de un tiempo, todo su alrededor se ponía borroso, como un vidrio empañado.

-¿Qué pudo haberte mantenido ocupado que no ha dejado tiempo para tus infantiles diversiones?
-Bueno, el torneo me mantuvo ocupado entrenando en casa y acá. ¿Sabés? Nunca me gustaron los deportes. Me daba… Miedo, o algo así. Pero ahora los disfruto bastante. También me gusta leer e investigar. Me paso mucho tiempo con una amiga viendo el cielo y en los recreos le pido libros a la bibliotecaria sobre… No me sale la palabra… ¡Astronomía! ¡Qué hermosa palabra! Astronomía. Así se llama ver al cielo, ¿O no?

Me había quedado frente al pizarrón, con la mochila carrito a mi lado. Fui a mi asiento ubicado en el centro del salón y la dejé ahí. Me senté y miré fijamente la frase. El profesor continuaba creciendo y volviéndose cada vez más difuso. Típico de él.

-Estuve ocupado también pensando en cosas que quiero hacer, cuando sea más grande. Bueno, no tan grande. Me gusta conocer. El otro día caminando por la calle, vi un cartel sobre un curso de Historia. Eso me gustó. Anoté el número y llamé en un teléfono de la calle. Por suerte tenía unas monedas en mi bolsillo. Me dijeron que el curso era para mayores de trece años y que no podía anotarme… Quiero crecer para aprender más.
-¿Sobre qué temas puntuales te gustaría aprender más? –Su voz se había modificado y parecía salir de una reverberación producto de otros mundos.
-Me gustaría aprender más de todo. Pero debo crecer y ser grande para eso. No importa si a nadie le interesa o sea muy difícil. Creceré y lo haré. –Le sonreí mostrando
 -Andá hacía la pizarra y escribí con tu letra la frase escrita, utilizando como recurso de escritura la tiza.

Me quedé atónito frente a su pedido.

-¿No debería irme a Gimnasia?
- Primero hacelo. Andá a la pizarra y escribí. Luego te irás.

Me levanté, fui hasta ese lugar, tomé una tiza ya usada y me puse a escribir.
-¿Pensás crecer, aprender y ser feliz, tanto como lo fue tu padre y tu madre?
-No, ni ahí. O eso creo. A mi madre no la conocí. No se como es ella. Si es feliz o no. Mi papá no es feliz. Nunca lo veo contento. No recuerdo haberlo visto reír.
-Quizás es feliz no siéndolo en absoluto. –La misma mueca de alegría se marcó en su desvanecida cara.
-Él no me habla mucho. Él trabaja o sale. A veces en días no viene. Él es grande, el hace lo que quiere, pero no aprende y no está contento.
-Quizás no aprende lo suficiente o no puede aprender lo que le gusta.
-Quizás.

Puse el punto final de la frase. Intenté imitarlo y hacerlo parecido, pero se notaba mucho la diferencia. Me desplacé hacía mi pupitre y comencé a desabotonarme el guardapolvo.

-Desde que recuerdo, el siempre ha estado así. Mi madre también. Ella se mantuvo lejos todo el tiempo. Pero no importa, porque yo estoy bien.

Le decía todo a eso a él intentando no hacerle notar el dolor que me hacía sentir decir esas palabras. Debía demostrar que era fuerte, que todo eso no era más que un rasguño de la vida. Colgué minuciosamente el guardapolvo en el respaldo de mi silla, sentándome de vuelta.

-Vos decís que estás bien.
-Si. Okey, no siempre estuvieron bien las cosas para mí.
-Hasta que ella apareció.
-¿Ella? –Lo miré asombrado y asustado.
-Si, tu joven amiga que reposa en los escalones de madera del colegio.
-No se de que estás hablando.

Se puso frente a las dos oraciones y se quedó detenido viéndolas. Parecía desplazarse unos centímetros hacía arriba para luego bajar esos mismos centímetros lentamente. Como si levitara en el lugar buscando mantenerse. Ese tipo de sensaciones eran demasiado común cuando estábamos a solas. Mucho no me importó. Estaba atrapado. Él nos podía denunciar y sacarla a ella de las escaleras y nunca más volvería a verla en el colegio. Hasta podían llamar a sus padres y podrían retarla por su acto, como me retaban a mí cuando volvía de verla.

-De repente, tu amiga aparece en tu vida e inmediatamente volviste a alzar la mirada admirando tus alrededores. Me gusta ella, pibe.

Señaló con sus garras-manos a la puerta y pude verla apenas abierta. En esa mínima distancia, los ojos de Soledad me miraban helados. Supuse que fue a espiarme un poco y que al sentirse mencionada, habrá hecho un ruido o algo, y él se dio cuenta de su presencia. Me levanté despavorido cerrándola con fuerza.

-No se de que estás hablando. Mejor me voy a Gim-
-Me gusta ella, pibe. ¿Sabés por qué?

Negué con la cabeza. Él se acercó hacía mi y se encorvó para poner su rostro frente al mío. En esos momentos, intentaba no verle a los ojos, porque mirarlos era sinónimo a marearte y a provocarte jaquecas. Negué de vuelta con la cabeza, que miraba las lineas de las baldosas del piso.

-Es mejor creer en entes como ella, porque si creés en personas, darías lugar a la decepción. Los Seres Humanos decepcionan. Y luego pensarás que estuviste creyendo en vano y que perdiste tu poco tiempo de existencia.

No pude soportarlo. Sentí miedo, mucho miedo. Caí al piso.  Sus ojos me buscaban y sabía que podrían encontrarme. Buscaba el picaporte como podía, tanteando la madera en la cual se apoyaba mi espalda.

-No pierdas tu tiempo creyendo en vano. –Su voz ni siquiera se escuchaba; era más bien telepatía o algo semejante.- Tu vida es única. Creé en tu Destino. Convertirte en tu so-

A pesar del pánico que de mi se apoderaba, alcancé a poner lúcida mi mente un segundo y abrí la puerta jalando el picaporte. Salí y no pude divisar a Soledad. Cerré con fuerza, muy agitado. Sentía que el corazón se me iba a salir. Estaba asustado, pero no sabía muy bien la razón. Era sentir el miedo de algo que iba venir después; una especie de miedo futuro. No lo supe en ese momento, y a pesar que el tiempo ha pasado, he intentado no buscarle más sentido. Lo que sí puedo decir, es que esa misma sensación, la he sentido muchas, pero muchas veces a lo largo de mi vida. El miedo se volvió cosa seria. Respiré hondo sin hallar pensamientos felices, exhalé y me fui a la clase.










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