martes, 5 de noviembre de 2013

Soledad -Parte 6-


Me la pasé buscándola por todo el colegio. Pensaba que el desasosiego que podría causarle ser encontrada, quizás la habían llevado a esconderse mucho mejor. Recorrí casa centímetro del colegio y nada. No estaba.

Esa tarde, la cual se había puesto suavemente lluviosa, intenté llamarla desde casa. Nadie contestó. Él teléfono sonaba y sonaba. No estaba en la verdulería sentada en un rincón esperando, no estaba en las calles iluminadas por donde los estudiantes de la Universidad cercana iban a estudiar y Soledad cada tanto los perseguía para conocer más sus historias, ni siquiera estaba en la terraza viendo estrellas y anotando de antemano en nuestro cuaderno.

Los días pasaron y aquella suave llovizna, se había transformado en una tormenta que no quería dejar de parar. La gente del edificio volvió a preparar guisos típicos del invierno. Lo podía oler. La ausencia de Soledad me permitía aceptar las invitaciones de encuentros con algunos compañeros de la división. A veces le cancelaba a ella nuestra cita por ir a verlos. Sin embargo, no estaba de humor para hacer eso. Prefería recorrer sigilosamente el derruido y viejo edificio por las noches, buscando identificar el olor de sus cenas. Esos alimentos preparados con tanto amor y dedicación, muy diferente a mi comida diaria. No era el olor a guiso con verduras y carne barata lo que olía, sino el olor a una familia. Me estaba dando hambre, pero no sentía apetito en absoluto.

El día anterior al torneo, falté al colegio. Mi padre estaba más ausente que nunca. La noche pasada apareció con comida y me dio plata para que pueda comer al día siguiente. Para que compre mi almuerzo en la parrilla que sabía que me gustaba. Después se sentó a beber viendo un poco de televisión. Estaba en el piso haciendo que dibujaba para disimular que lo observaba. No en muchas ocasiones tenía la chance de verlo. Me la pasé memorizando sus rasgos, sus expresiones. En eso, pude ver a sus ojos enrojecer y lágrimas caer de a poco, sin dejar de observar el programa de televisión. Luego de un rato, se fue.

Me la pasé viendo televisión, viendo ese canal de dibujos animados para chicos que había dejado de ver. Y lo vi toda la noche. Dormí un rato a eso de las cinco de la mañana y me levanté sin cansancio a las siete y treinta y nueve. El día se reflejaba por la ventana. Cerré el portón de la misma y desayuné. Tapé luego cada lugar que permitiese el paso del Sol y continué viendo televisión hasta pasado el mediodía. No tenía sueño, pero sentía que la mañana se reflejaba adormilada para nosotros.

Cuando salí a la calle, el mediodía presentaba un poco más de calor, un poco más de esperanza. Compré mi comida en la parrilla que atendía el padre de un chico de mi división que había venido de Uruguay. Él padre lucía un espeso bigote y parecía ilusionado. Debía de alegrarle de estar por estos lares.

Llegué a casa esquivando a mi vecino que siempre disfrutaba al hablar conmigo. Le dije que me sentía mal de la cabeza y que necesitaba acostarme rápidamente. Me increpó por el olor a alimento grasiento que emanaba de la bolsa blanca que escondía detrás de mis flacas piernas. Le dije que eran para mi padre y que me obligó a irle a comprar, sin importar mi salud. Eso lo dije a propósito porque sabía me lo iba a entender. Su padre lo maltrataba tanto a él como a su madre. Sus gritos se escuchaban por todos lados.

Comí y vi televisión hasta llegada la tarde, que me preparé un mate cocido y lo comí con unas galletitas dulces. Estaba sorprendido por cuantas propagandas de juguetes para niñas eran referidas a cocinar, a planchar o a cuidar bebés. Seguí viendo mis dibujos, y alguna que otra película, hasta que el vino antes de la madrugada y apagó el televisor. Simulé haberme dormido para no hablarle.

El torneo se jugaba en el patio al lado de mi aula, que es el patio de los chicos de cuarto, quinto y sexto. El día se mostraba fenomenal. La lluvia había traído un mejor clima veraniego. Mi humor, al sentir la brisa tocar mi cuerpo, mejoró un poco. La escuela rival llegó puntual y el partido comenzó más rápido de lo previsto. Había cuatro equipos: Dos nuestros y dos de ellos. Uno y uno iban a competir y los ganadores competían entre ellos para dilucidar al campeón. No parecía la gran cosa, pero para nosotros era el torneo de nuestras vidas. A semanas de terminar el colegio, con las materias ya definidas, pensando en el año que viene, esto era un fuerte cierre.

Mi equipo jugó el primer partido y ganó con mucha facilidad. No hice mucho en el partido. Me sentía ido, lento, descoordinado. Mis corridas siempre fueron mi mayor especialidad, pero no se me estaban dando como quería. No podía poner la mente en el juego. De todas maneras, ganamos.

El otro equipo de mi división comenzó a jugar y se lo veía complicado. Los jugadores de la otra escuela, del equipo rival, se veían mejor entrenados. Había un par de ellos que seguramente jugaban en algún club de barrio. Quienes miraban de afuera, se dedicaban a hablar del juego y de cosas varias. El rumor del momento era saber si Mariano se había comido a la chica nueva del otro curso, que estaba muy buena. Apenas los escuchaba. Antes, les hubiera prestado más atención o hasta incluso hubiera mostrado interés para hacerlos sentir bien. Mas no me interesaba actuar de esa manera. Me hablaban y yo solamente les sonreía y ponía la mirada en el frío suelo. El equipo rival ganó y nosotros teníamos que disputar la final con ellos. 

-¡Hijo!

Esa voz que escuché mientras mirada distraído a los chicos yéndose de la cancha, se mostraba grave y decidida. La conocía. Miré a las puertas que daban al hall central y ahí estaba. Mi padre me miraba a lo lejos.


-¡Hijo! ¡Vení! ¡Nos vamos! 

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