miércoles, 16 de octubre de 2013

Soledad -Parte 2-

 Me gustaba diciembre de chico. La sensación de terminar pronto el colegio y saber que luego tendría tres meses o más de vacaciones, me hacían sentir muy bien. Tres meses o más de puras aventuras callejeras, de días en la colonia, de nuevas amistades y nuevas sensaciones. Yo le decía a ella todo lo que íbamos a hacer. A ella no se la veía tan entusiasmada.

Recuerdo una noche en la cual llegué cansadísimo de la plaza luego de jugar por horas al futbol con los chicos que frecuentaban la misma. No eran mis amigos, pero siempre valoraban a quienes no les importase ir al arco. Llegué a casa, me saqué la ropa embarrada que tenía puesta y me senté en la cama un rato para descansar las muy cansadas piernas. Había sido un largo día de escuela y una tarde-noche de futbol divertido. No superaba los diez años de edad. Me acosté de una en mi cama y me puse a mirar el techo y a pensar un poco. En mi casa no había nadie, ni un alma. Cosa en común a lo largo de mi vida. Hallar la casa sola.

Me recosté y recuerdo que pensaba en la rara conversación que tuve con Soledad, porque a veces, cada tanto, teníamos nuestros momentos tensos. Luego de terminar de ver una película en la televisión, de esas típicas películas para chicas (años más tarde entendería ese concepto) que enganché apenas comenzada mientras hacía zapping, ella se apareció por casa queriendo ver las estrellas y hablar un poco. Era un toque tarde para nosotros. En el reloj del living figuraban casi las diez de la noche. Los niños de nuestra edad estaban entrando en su hora de ir a dormir. Subiendo por la escalera hacía la terraza, ella me pareció algo triste. O por lo menos, podía sentir que algo la acongojaba. Estaba llenísimo de ropa colgada, por lo que, fuimos a nuestro segundo lugar predilecto. Subiendo una pared baja, nos metimos en el techo.

-Yo no soy una chica más del barrio. – Me comenzó a decir. – Yo… Nací para algo más. Las chicas de hoy en día solo hablan de chicos, de besarse, de conseguir alguien para pasear, ir a la plaza…
-Diciendo “chica” sonás como si fueras más grande. Como si tuvieras catorce, o quince.
-¿Entonces qué soy? – Me miró clavándose odio en mis ojos.
-Una… ¿Niña? No lo sé.
-Así que soy una pequeña “niñita” para vos.
-No, no es eso. Creo que somos “niños”. El año que viene seremos pre-adolescentes o algo así, me dijo Mariano, un chico de la división… Nunca te he visto sin estar sonriendo. ¿Estás bien?

Intento rememorar, pero al parecer esa fue la primera vez en mi vida que me preocupé enteramente por una persona, por un Ser Humano. Mi primer “¿Estás bien?” sincero, luego de otros muchos y muchísimos más falsos.

-No quiero ser olvidada. Quiero que todos me recuerden. – Me dijo, con su cabeza inclinada hacía abajo mirando a sus dedos.

No supe que decirle. Nunca me había cuestionado eso tan seriamente. Sentí que algo dentro mío se había comenzado a formar. Un sinsabor parecido a una herida que disfrutaré echando sal en la misma. Mirándola, todo comenzó a parecer dibujado por la nostalgia. La realidad se transformaría en una pintura más. La nueva pintura definitiva. Comencé a creer en ella y creer es crecer escuchando el silencio de los futuros recuerdos.

-¿Por qué decís eso? – Le pregunté.
-Porque dentro de poco te vas a ir con tus nuevos amigos y a  mi me vas a dejar.
-¿¡Cómo!?
-Si. Te irás a la colonia del barrio y te juntarás en la plaza con tus amigos del colegio. No vas a querer saber nada más de mí.
-Eso no es así, Soledad.
-Si, lo es.

Me senté al lado de ella. Nos iluminaba la Luna y eso no le sentaba muy bien en ese momento. Parecía aún más triste.

-Yo no soy una chica más del barrio. Y vos lo sabés.
-Si, lo sé. “Naciste para algo”. Siempre lo decís, pero nunca decís para qué naciste.


Me clavó la mirada para luego desilusionarse. 

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