lunes, 21 de octubre de 2013

Soledad -Parte 3-

Ellos seguían diciendo que tenía una “amiga imaginaria”. Insistían, insistían, insistían aún más. Era “demasiado grande” como para jugar esos “jueguitos de nene”. Ni tampoco era lo “suficientemente grande” como para darme “algo para tomar” que sea útil para bajarme todo esto de la cabeza. Estaba en una “etapa jodida”. A mi me parecía buena, pero al parecer no lo era. Ellos sabían más de mí que yo mismo.

A decir verdad, era muy feliz. Siempre estaba buscando la manera de aprender cosas. Recuerdo divertirme usando el diccionario para buscar palabras y saber su significado. Estaba comenzando a sentirme más confiado a la hora de hacer deportes. Seguía siendo malo en la mayoría, pero comencé a interesarme por el atletismo y el basketball. Me gustaba el atletismo porque correr significaba para mí mucho más que desplazarme rápidamente de un extremo a otro. Significaba en realidad huir del mundo y transportar mi joven mente a una nueva perspectiva. Y lo hacía rápido. Con respecto al basket, en ese mismo año se había hecho popular una serie japonesa animada. Su nombre era Slam Dunk. Trataba de chicos que practicaban basket en la secundaria. La trama era muy buena y los personajes muy geniales. No todos los niños de mi edad lo veían, pero yo era un acérrimo fanático.

Justo en ese año habían otorgado a las clases de Educación Física la posibilidad de jugar al basketball y hacerlo por todo el año escolar. O quizás haya sido medio año, no recuerdo bien. En los últimos días de clase tuve unos partidos muy importantes con todas las divisiones del mismo grado.  El equipo ganador recibiría una medalla. Y mientras entrenaba en el colegio y entrenaba en mi casa ni bien llegaba de estudiar, me sometía a unas extrañas charlas con mi profesor del aula. El sabía acerca de mi “cuestión”. Me enojaba cuando me sacaba de las prácticas o de Computación para hablarme.


Él destacaba entre los otros profesores. Era más joven y más entusiasta que el resto. Enseñaba bien y daba lo mejor de sí. Eso era lo que todos veían. Soledad y yo sabíamos muchas más cosas de él. Él era raro. 

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