sábado, 12 de junio de 2010

Un millón de policías muertos

Un millón de policías muertos en la plaza. Desde las rejas de la plaza Almagro se ven un millón de policías muertos. Ni uno más ni uno menos. Lo se porque los conté. Pasé semanas haciéndolo.
Están ahí porque la gente los puso allí. Son el producto de una revuelta, una revuelta en la que yo no participé, pero viví. La observé muy de cerca. Puedo decir que muchos de los que están acá, los vi antes de entrar en la placita. Los vi en camino a quedarse aquí, a hacerse mutuamente compañía, a oler feo juntos.
Los pusieron allí porque, según mi papá, la gente se cansó. No era un cansancio de esos que te dan sueño y ganas de no bañarte, de no cenar e irte directo a la cama. Era otro tipo de cansancio, uno que no entiendo. Ese tipo de cansancio llevó a mi papá, mi único papá, a tener el otro tipo de cansancio, del que te da sueño. Tiene tanto sueño que sigue sin despertar. No está muerto, está descansando después de tanto trabajo. Mis amigos me dice que no. Yo se que está cansado y por eso lo ayudo. Lo hago en el lugar que más conozco de todos, en el que más tiempo pasé, aparte de mi casa.
Los policías fueron llegando de a poco, en una cantidad fácil de manejar. Todavía recuerdo el primer cuerpo que llegó. Era de un cabo. Lo supe por su insignia en el hombro. Tenía una bala y sangre fría en la cabeza, cerca de la frente.
Más tarde llegaron de a cientos. Los otros niños del barrio venían y recolectaban las placas de los policías. Las ponían en canastas de mimbre. Se las vendían a adultos por dinero. Con eso compraban chocolates, figuritas, cuerdas para saltar y pelotas de plástico.
Cuando hubo un número considerable, comenzaron a caer de a miles. Es que, ocurrió un hecho, otro más, muy similar al que inició todo, un hecho que conmocionó más a la gente. Fue por una chica que no conocía. Parece que la pasó mal. Las señoras vecinas le dicen "pobrecita", cada vez que hablan de ella y ponen cara de como si les doliese algo. A pesar de todo, no me quieren decir que le pasó. Dicen que lo sabré cuando crezca, que no me incumbe ahora y que siga en la plaza, ayudando con los cadáveres.
El Sol salía y los policías muertos seguían llenando los alrededores de la fuente. Era de no creer. Uno tras otro, los íbamos acomodando. Al comienzo, los ponía con bastante respeto. Pueden ser policías, pero debajo del uniforme son Seres Humanos. Bah, creo yo. Luego tuvimos que ponerlos como podíamos; como entrasen. Muchas veces me dejaban de parecer personas sin vida. Parecían otra cosa. Cuando los colgamos en la baranda apaisada de la hamaca, parecían vacas de carnicería, o títeres que se secan bajo el Sol.
Llegó un punto en que físicamente no entraban. Teníamos que caminar sobre ellos para desplazarnos dentro. Nos costó, pero los colgamos en los árboles. Era como si fuese navidad, adornos por doquier. Parecía, en verdad, el día de brujas.
Comenzamos a apilarlos mejor. Mucho mejor. Construimos murallas con ellos. Los poníamos, como si fuesen grandes y articuladas bolsas de arena. Hasta usamos un poco de cemento, en ocasiones, para que no se muevan tanto. El cemento nos lo hacía el anciano vagabundo que vivía en la plaza. Estaba feliz porque tenía nuevos amigos . Estaba contento, a pesar de que eran policías. A él no le importaba mucho eso. A mi tampoco. Cuando sonreía, era como si su barba se agrandase junto a su sonrisa.
Una vez hubo un derrumbe, un derrumbe azul oscuro y negro. Casi muero. Otros lo hicieron, pero yo no. El vagabundo lo hizo. Un alud mortífero de muertos, que lastimó mi brazo izquierdo y que no me permite alzarlo ni moverlo.
Hace poco terminamos de acomodarlos como queríamos, para que no haya ninguno sin lugar. Hubo quienes lo llaman "monumento". A mi me recuerda a otra cosa. En el colegio, cuando nos obligaban a ir, vimos unos edificios de indios con escalones y todo. Eran como si fuesen pirámides, pero con forma de casita arriba de todo. Así se ve a lo lejos. Me gusta sentarme ahí y pensar. Da vértigo, porque es altísimo. Es de no creer. Veo la Luna redonda y blanca, y me olvido de todo. No tanto del olor, que cada vez es más fuerte, ni del cansancio de la gente, que cada vez parece mayor y pone a muchos a dormir, ni de los muertos, que hace unos días que no traen. Hay quienes dicen que hubo otra conmoción, otra revuelta, otra pobrecita chica. Espero que no. No hay más vacantes en la plaza Almagro. Un millón de policías muertos es suficiente.

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