lunes, 1 de febrero de 2010

Las horas y sus sombras

Elena mira al reloj. Los ojos clavados en su forma circular. Comienza a balancearse, como péndulo, de izquierda a derecha. Mueve sus pupilas de un lado a otro; lentamente al comienzo. Cuando alcanza cierta velocidad dolorosa, su cuello ayuda en el ritmo, meciéndose a la par de la máquina que no para de gritar tic-tac, tic-tac, tic-tac...
Deja de oirlos y cae, espalda a la cama, brazos casi pegados al cuerpo, como si estuviese indicando las cinco y treinta y cinco, o las siete y veinticinco. Su boca entreabierta se averguenza de su initencionado exhibicionismo y ella, con los últimos hálitos de fuerza consciente, la intenta cerrar, lográndolo dificultosamente para sumergirse, para fundirse en el repique de cuerdas y volver a oir el tic-tac, tic-tac, tic-tac...

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