domingo, 13 de septiembre de 2009

Santería

Hace veinte años acudió hacía mi una joven muy bonita, con un cabello castaño oscuro bastante largo y unos ojos más oscuros que la luz respladeciente de la Luna. Vino y me dijo que no quería seguir con su novio, que haga algo al respecto, lo que fuese para que la aleje de él. Le dije que podía ayudarla a que él la deje y que en menos de un mes estaría fuera de su vida. Recuerdo que bajó la mirada y la perdió en su lado izquierdo. Había una tristeza en sus huidizos, pero activos ojos. Intuí que no le conformaba mi solución. Me dijo que quería algo más fuerte, algo que lo destruya, que sus caminos no se crucen nunca, nunca en esta vida. Percibí que era tanta la calamidad de su petición que el primario deseo parecía más bien una contraseña, una llave cómplice que pudiera permitir entrar hacía algo más ulterior, algo más confabulado entre ella y yo. Al decirle que no era lo que comunmente hago, que no estaba dentro de mi terreno (sabés bien lo que pienso de esa clase de daño con todo lo que eso implica; la visita de los demonios de la muerte y de lágrimas de sangre, los tres dedos que te acusan y el que señala al cielo. Todos esos castigos de la reina de la noche y el boomerang kármico de "no hagas lo que no querés que te hagan"); como te decía, al decírselo me miró con ojos de decepción, muy triste. Me hizo acordar a la noche y a todos los riesgos que eso trae.

Escrito viejo. Tengo que hacerlo historieta. Debo hacerlo historieta.

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