miércoles, 3 de febrero de 2010

Hoy vi un cielo vertical en una noche de luna llena.

Hoy vi un cielo vertical en una noche de luna llena. En la lejanía de los edificios, no había más construcciones de caracter initeligible, si no que había nubes, nubes blancas y gigantescas que rozaban terrazas y antenas. Por primera vez en mi vida, el cielo no ocupaba solamente el cenit. Llenaba huecos de forma tajante, como amoldando la forma de una caja cuadrada, no tan cuadrada en las aristas, pero bastante cuadrada como para servir de caja. Las luces de diversos departamentos, se prendían o apagaban, siempre en secreta continuidad los unos de los otros. Uno de los departamentos, de esos que tocaron las nubes humosas, centelleaba como si de una estrella se tratase. Brilló eclécticamente en frente mio, desmaterializándose en cuestión de segundos. Ninguna persona, o animal sensible, de la parte del barrio que podía ver, parecía notar semejante fenómeno de la Naturaleza. El día, digo, la noche en que el firmamento cambió de forma. No era tan genial, porque parecía haber una cierta sensación de confusión en el ambiente. Algo olía, apestaba a confusión y no se que era. Yo me sentía mareado al ver la verticalidad del asunto. Acababa de salir de la ducha y mi cabello emanaba olor a shampu y si lo unimos a todo el caos del plano reinante (había nubes que se desplazaban de arriba hacía abajo), esa nueva manera de ver las cosas nocturnas, provocaba en mi estómago deseos irrefrenables de quejarse, de protestar frente a la locura del libertinaje.
Hoy vi un cielo vertical en una noche de luna llena, pero era la luna la única a la que parecía no importarle mucho. Era la única a quien tremendo capricho ni la inmutó, ni siquiera para dar su opinión al respecto. La luna, las lunas, me parece, no son mucho de confiar.

1 comentario:

Fer Gris dijo...

Es bueno desconfiar de la luz reflejada, señor Holmes.
Nunca le creí a la Luna.
saludos cordiales
Fer Gris