viernes, 28 de mayo de 2010

Autorretrato

El despertador suena. Santiago lo mira. Figuran las 5 AM. El gato, que reposa en los pies de la cama, observa con ojos dormidos. Vuelve a acomodarse y a dormir.
Saca un pantalón del cajón. Saca una camisa del placard. Saca el libro "La insoportable levedad del ser" de Milan Kundera de la biblioteca.
Santiago se cepilla los dientes en el baño. Otro gato, más gordo y oscuro, se acerca. Se oye al grifo abrir y al agua correr. El gato se sienta y sigue mirando.
De la puerta beige de la entrada, sale Santiago. Es de noche todavía. Camina hacía la avenida, que se contrapone con la calle en la cual camina. La avenida es luminosa, llena de vidrieras y carteles. La calle donde está él es oscura, desolada, silenciosa.
Santiago mira hacía abajo y nota algo que le extraña. Ve una jeringa con la aguja en la punta. Sus dedos la levantan. La jeringa tiene sangre en su interior, sangre de un rojo muy oscuro. Divisa un sucio tacho de basura. Niega con la cabeza. Observa la punta de la aguja, filosa y punzante. Con la palma de la mano aprieta el émbolo, apenas moviéndolo.
Pasa por su lado un señor de mediana edad, apariencia de portero, y lo ve a con la jeringa. Santiago lo mira paralizado. Un colectivo frena de repente. Mientras el hombre continúa su marcha, Santiago deja la jeringa donde estaba. Un suspiro de resignación se oye.
Dentro del vagón del subte, prácticamente vacío, Santiago se pierde en sus adentros. En el tumulto de gente que sale de la boca del subte, se lo divisa a él, pensativo. En la recepción del edificio donde trabaja, que cuenta con seguridad y molinete, Santiago pasa la tarjeta de identificación. Sigue en sus aires de meditación.
En la sala de break, que es una mesa y sillas, un microondas y unas máquina de café, dos colombianos charlan, con sendos vacitos de plástico en la mano. Se ubican a la par de la máquina. Santiago entra con el libro y se sienta en la silla. Se lo pone a leer. Uno de los colombianos, muy risueño, tiene una remera con un estampado de un dibujo caricaturesco de un gato negro. Santiago continúa leyendo. Los colombianos se dirigen a la puerta y se van. Él mantiene su vista en la lectura. Sus ojos verdes se muestran sorprendidos.
Es de noche y él corre por la misma calle donde caminaba yendo al trabajo. Se acerca al sitio donde estaba la jeringa antes. Se arrodilla en el lugar y no ve nada.
En la cocina, que es grande, hay un par de ollas en el fuego. Santiago está parado al lado, con un cuaderno y un bolígrafo en las manos. Tiene media carrilla escrita, pero se lo nota agobiado. Muerde la punta de la birome. Se oye un ronroneo de gato.
Los gatos comen en platos diferentes y Santiago está a un costado, sentado, con la mirada perdida. Tiene un cigarrillo prendido en sus dedos, y hay un atado y una caja de fósforos cerca de él. Inhala y exhala el humo. Aparece otro gato, más pequeño que los dos, de color gris, que mira al humo alejarse, con el rabo recto.
El despertador suena. Figuran las 5 AM. Pasa, con el libro de Kundera en su mano, por el sitio donde estaba la jeringa y observa que sigue sin estar. Mira la tapa del libro y aprieta los labios decidido.
Un colectivo pasa ruidosamente por la madrugada y tras pasar, lo vemos a él en la guardia de una farmacia, haciendo fila. Le toca el turno a él para ser atendido.
La noche se mantiene oscura y los edificios aún cerrados. Santiago está sentado en la escalinata de la puerta del lugar donde estaba la jeringa el día anterior. Él tiene ahora una bolsa blanca con el logo de la farmacia. Apoyo al libro al lado suyo. De la bolsa saca una jeringa, le saca el envoltorio, se corre la manga y acerca el objeto a la vena del brazo derecho. Duda. Inyecta la vena y saca sangre.
Su mano apoya la jeringa con sangre en su interior, similar a la otra, y la deposita en el suelo. Él se levanta y se va. En un poste rectangular blanco que hay ubicado cerca, hay panfletos y papeles pegados al mismo. A lo lejos se ve que la jeringa nueva reposa en la misma baldosa en donde se encontraba la primera. El señor, con apariencia de portero, se acerca al poste rectangular y al salir, hay un afiche pequeño de estilo publicitario. Se lee: "En el crepúsculo de la desaparición, todo está iluminado por el aura de la nostalgia. M.K."

Escrito para un trabajo para la clase de guión, en que consistía hacer un relato de autorretrato.

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