lunes, 3 de mayo de 2010

El amor no se quita

Mi madre encontró la sábana de mi cama manchada con sangre. No era mucha, apenas unas cuantas gotas, pero equiparaban con hallar un mar carmesí, extraño y extenso en la zona media de donde duermo, dejándole para sí una idea clara, una imagen que quizás, le hizo acordar a un hecho similar, que nunca me contó, mas sé muy bien, por diversas fuentes. Tomó la sábana y la lavó. Mientras esperaba a que se seque, meditaba con ojos turbios y pensativos. Tanta sensibilidad de los adentros, le hicieron notar rápidamente mi llegada, tras oír a la cerradura y al picaporte sonar. Al verme, me habló de algo que tampoco nunca me había dicho ni siquiera mencionado. Al ser madre soltera, no debe ser un tema fácil y genial para tratar con su hijo de sexo masculino. Sin embargo lo hizo. Debido a mi distracción, mi madre halló la sangre que se había derramado la tarde anterior; sangre que provenía de mi novia, según ella. Ver como sus labios moldeaban esas palabras, me hizo sentir extraño, adormecido casi. Nunca le oí decir nada que podría tildarse de desubicado. Esto era lo más parecido a que su boca module los más incómodos gestos del lenguaje. Preocupada por el embarazo y por el trato que debía proporcionarle a una mujer, que debe ser siempre el mejor que se le pueda dar, me habló escueta, pero firmemente. Asentí, habré dicho algunas palabras que no recuerdo y la abracé, para cerrar el momento. Sentía como sus brazos tocaban mi espalda y pude sentir la satisfacción que tuvo al haber logrado con éxito su acomedido: Su hijo, no, su pequeño hombre, tenía la información afectiva que necesitaba, según ella.


En su momento, me pareció curioso que no hablase de enfermedades, tópico común en este tipo de charlas. Tal vez no vio al acto como algo normal en mi ambiente, bastante cerrado a percepciones y poco complicado en el hecho de poder adivinar las intenciones pueriles de mis amigos cercanos y, claro, mías. Por eso no se esperaba lo encontrado. Éramos jóvenes preocupados por nimiedades inofensivas, no tan típicas a esa edad. Al igual que el frío no enfría tanto a un esquimal, el sexo no calentaba demasiado nuestros pensamientos. En mi caso, mi crianza fue muy "chapada" a la antigua, como se suele decir. Conocí de bastante chico el concepto de tabú. Hay cosas que no se dicen, y ni siquiera se deben sugerir. Sea lo que fuese, lo que mi madre nunca supo, es que esa no era la sangre de mi novia, ni de otra chica, conocida o lejana. Era mi sangre derramada, esparcida como gotas; sangre que brotó de mi cuando mi chica (me gusta llamarla de esa forma en carácter no tan posesivo), me penetró y lo hizo fuerte, tan femeninamente fuerte, que me dolió y eso trajo como consecuencia oír el lavarropas moverse salvajemente, a unos metros de mí. Ella quería hacerlo. Deseaba hacerlo y estaba bien a mi entender, mientras no se lo insinuase a mi madre.


Me había llevado a un bar, un antro juvenil que temblaba en su jaula de cemento y bajos estridentes provenientes de parlantes que no pude divisar. Nunca había ido a un lugar semejante y era imposible que fuera por mi cuenta. Ella me llevó y me dio de beber. Se reía de todo y más cuando fumaba. No lograba entenderla, pero me imagino que la comprendía, porque cuando la miraba y ella me sonreía, sentía que todo estaba más que bien. Siempre fue así. Su rostro me daba paz, aunque era una especie de quietud propia del ojo del huracán, o una mejoría de la muerte que emanaba olor a alcohol. Me pidió que me desarreglara el cabello y lo hice, mientras veía a los chicos quemarse en la improvisada pista de baile. Es maravilloso cuando las cosas que no entendés cobran por fin sentido. Nadie es tan malo como uno lo imagina.



En el baño de damas me pidió que lamiera y mordiese su cuello. Había roto un compromiso para poder estar ahí, en ese lugar, degustando el gusto salado de su piel. Nunca, hasta ese momento, había roto un compromiso. Nunca, hasta ese momento, supe lo que es tener otro cuerpo, ajeno a mi, muy diferente a mi, al alcance de mis sentidos. Si hubiera podido, habría palmeado mi espalda y me hubiese felicitado por no obedecer el orden de los elementos. Sus besos y caricias, celebraban conmigo el fracaso de las obligaciones. A veces, olvidarse de quienes somos y quienes nos rodean, nos permite vernos mejor. Como si nos sacásemos ciertos anteojos costumbristas y mirásemos un espejo de sinceridad. Notaríamos los contornos, las siluetas borrosas, la luz y los colores fuertes o claros, todos detalles que se reflejan sin ser parte de una forma definible de la esencia de las mismas cosas, saliendo esta de la superficie dogmática, justo en el instante que menos esperamos. Aquella noche, cuando ella metió sus frías manos en mis pantalones, entendí lo que verdaderamente era el placer de ser uno con la ayuda del otro. Mejor dicho, el placer de no ser.


Luego de un tiempo de conocernos, me pidió ese gran favor. Siempre quiso "hacérselo" a su compañero, pero nunca pudo encontrar a alguien adecuado. Bueno, claramente no podía "hacerlo", pero había ideado un plan soberbio, maestro, digno de villanos, de mentes ideadas para fines non sanctas. Una tarde apareció en casa, luego del trabajo. Me pidió ir al baño, se puso ropa más cómoda que su atuendo de Mc Donalds, en este caso, unos jeans y una remera corta y un tanto gastada. Sacó de su mochila una petaca pequeña de vodka y un jugo de naranjas. Le traje los vasos que pidió y tomamos, extrañamente apurados. Hablamos del clima, de lo sucedido en la mañana de cada uno, de lo mal que se vive día a día y de lo bien que se puede estar, si uno busca los recursos necesarios para eso. Mordía sus uñas y bebía sorbos largos. Tenía ganas de detener todo, de pedirle más tiempo para prepararnos. No había tenido fantasías con algo parecido, pero por alguna razón que no supe, no me molestaba. Sentía una especie de apatía, una falta de sensación gobernante en algo que ameritaba un peso de ley. Días atrás, le comenté el asunto a un amigo bastante cercano. Él no lo vio correcto. Me dijo que eran formas amorosas que uno podía esperar de depravados, de gente con baja moral que recurre a instancias abstractas del amor, poco fiables y para nada provechosas. Tampoco supe porque, pero inmediatamente comprendí que cada uno ve lo que quiere ver de cualquier asunto. Si buscás lo detestable, hallás lo detestable. Ella buscaba lo sobresaliente de una idea rebuscada, ¿Por qué habría de negarle el intento? Mi cuerpo parecía saberlo y podríamos decir que por eso, justificaba su pasividad a la hora de reaccionar frente a semejante impresión.


Ella tomó mi mano, esa en la cual mordía las cutículas y me sonrió tímidamente. Gruñó o hizo un sonido gutural parecido, abalanzándose sobre mí. Sus movimientos eras torpes a causa del alcohol. Los míos eran lentísimos, a causa de lo mismo. Luego de un tiempo que no supe determinar, ella saco de su mochila un falo de plástico color rosa. Lo recuerdo bien, porque fue lo último que vi. Cerré mis ojos, tantee el piso hasta hallar la botella de vodka y bebí del pico, aguantando su cuerpo también, pegado al mío. Su chico, no, su pequeño hombre, le demostró, sin quererlo, su afecto sellando el momento con tinta roja y natural, en una pieza blanca de tela. Un timbre chillón da por finalizado el abrazo entre mi madre y yo. Llamó su atención como todos lo hubiésemos hecho: con lo único que conocemos, que tenemos a nuestro alcance, con nuestra propia manera de decirle al otro que sentimos su placentera debilidad, y lo demostraba con la picazón de la garganta y el amargo sabor que me carcomía. Apoyé la cabeza en la almohada y mientras continuábamos, sentí el calor de la frazada que nos cubría y el calor de su que sin él, solo somos una expresión que no puede repetirse en nadie más y muere insatisfecha, solitaria, analfabeta. Ella extendió la sábana y entre su blancura, se notaba la desaparición de la mancha. La extendió con fuerza y la levantó hacía el reflejo del Sol. Parecía no estar, pero si uno miraba con suficiente atención, unas pequeñas hebras de oro rojas y minúsculas aparecían a la vista. Indudablemente, el amor no se quita con nada.

2 comentarios:

Lili dijo...

El taller sí que funciona. Es fantástico! +1 de ego para usted, muchacho.

Unknown dijo...

ñ_ñ